miércoles, 29 de agosto de 2007

Eduardo Haro Ibars


Unos lo recordarán como columnista de la emblemática revista Triunfo, otros como letrista de la Orquesta Mondragón; los más jóvenes lo mitificaron como uno de los pioneros de la movida madrileña, la que según las crónicas ahora cumple veinticinco años. Eduardo Haro Ibars (Madrid, 1948-1988), hijo del controvertido periodista Eduardo Haro Tecglen –adulado y reprobado–, fue ante todo un freak. Quizá de los primeros freaks que hubo en España. Haro Ibars rompió la dicotomía progre-facha, tan en boga en los años setenta. Novelista, poeta, ensayista, el biografiado ha dejado su huella en generaciones posteriores que ven en él y en su obra a un autor de culto. Precursor del movimiento gay en España, la vida de este poeta de lo menudo está jalonada por las drogas y el rock and roll. Muchos jóvenes de su generación se quedaron en el camino, como él.

Eduardo Haro coincidió en la cárcel de Zamora con Leopoldo María Panero y tuvieron una relación contradictoria en la que el seducido fue Leopoldo. Será Haro Ibars, junto con Leopoldo María Panero, el primer autor español que escriba poemas sobre la heroína. El llamado "caballo de la muerte" ocupará asimismo un buen número de páginas en "¿De qué van las drogas?", texto de divulgación publicado en 1978. Muere de una atrofia cerebral, producto del sida.

Página 51

al autor anónimo

los camiones de juguete. Una mariposa se helaba jugando entre focos de alto voltaje y triste intensidad, perseguida por sonidos/fénix; en la torre decapitada, vivienda de dos espantajos -"rey" y "reina", les llamaban con sorna los lugareños-, huidos de los horrores del incendio y la Rabia, se fraguaba un murmullo irradiado de teléfonos. En el parque, callaba la orquestina. Una puerta se abrió entre los dos ojos del Viejo Mono (elegante traje gris, tres piezas). De allí salían arañas azules, harapientos siameses, gemelos y mellizos nacidos bajo la misma estrella, pulpos elegantísimos con corbatas de seda, viejas glorias, restaurantes sin número ni nombre... todo aquel pueblo de réprobos, habitantes de ruinas malditas, hacía ruido... Monstruos portadores de estandartes, gritaban slogans blandos como las horas pasadas a tu lado en un huevo. El soldadito rojo no sabía qué hacer; presa de un ataque de nervios, se comía las paredes de su garita de chocolate. Se daba cuenta de la invasión, seguía por TV su desarrollo; comprendía que había que detener de algún modo a las esponjas goteantes de vinagre que surcaban el cielo; pero cuando trataba de encontrar una solución, un arma o un refugio, el cine empezaba a funcionar y las cajas de sorpresa disparaban de golpe sus fantoches peludos. Hongos enormes y viejos tigres en llamas distorsionaban por completo el panorama, antes tan apacible. Su novia, multicolor y turbulenta (ella era de nombre Torbellina), pretendía ayudarle; pero las fuerzas del mal la habían encerrado en un huevo de pascua, y no podía hacer nada más que sacar la mano derecha por ventana pintada de trompe-l'oeil y agitar blanco pañuelo, sobre cuya superficie brillante venían a posarse de inmediato las pesadas terrazas del verano. "Es angustioso", decía el Intendente de Palacio, "pensar que el azúcar ha bajado de precio, en forma tal que somos incapaces de hacer frente a los aires, de congelar la lluvia en sus aceites, de


El poder

recordamos viva selva y en el centro
algo como palabra un cuerpo joven
-y el sudor que emanaba era verano
y la sangre tan dulce y esos pies
hechos para volar (sin alas casi)
y caderas estrechas que acogían
niebla y calor en su camino angosto
(pasadizo de incendios lo llamaban)
recordamos el poder y en la caricia
bestias de un solo cuerno se alejaban
a lomos de centauro (era tremenda
su carrera y su embestida blanca)
en un paisaje quieto de tapiz
la dama nuestra madre había previsto
fuegos artificiales en el molino viejo
(morada abierta a los que nunca viven
pero duermen sin sueños
dejando para otros el sol y sus costumbres)
jolgorios y milagros en los setos
para la confusión de los amigos
en el jardín pequeño en su regazo

la dama nuestra madre
no había apagado sus espejos
(morir en ellos respirando algalia)
esperaba el poder entre las piernas
de aquel niño sin alas
sus muslos (acogedoras piedras fina lluvia)
se cerraban en torno a un nombre húmedo
y entre espadas volaban sierpes de alegría
sus manos blancas palcos parecían
de un teatro de lluvias
el poder se decía es un paisaje
en los nudos sangrientos de la higuera
y era tigre o caballo
o vendedor de cuerpos hibernados
por las esquinas blandas de la tierra
aquel dios que yo tuve o que me tuvo
más allá de las nueve de la noche
atrapado en las rocas de su espalda
en su humilde trabajo cotidiano.

Tomado de Casa de las iguanas

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