lunes, 18 de abril de 2011

Morir plenamente humana: Morir es un arte de Mariela Dreyfus, por Ricardo González Vigil

Notable desde su primer poemario (“Memoria de Electra”, 1984), Mariela Dreyfus (Lima, 1960) ha alcanzado a partir de “Ónix” (2001) la maduración de su universo creador mediante un lenguaje de gran densidad expresiva, en el que el impulso vital (lo erótico en toda su gama, sin omitir la llama mística en su antológico poema sobre Santa Teresa, en “Ónix”) se entremezcla inextricablemente con la contraparte tanática (el miedo y, a la vez, la fascinación que produce la muerte y sus heraldos negros, consabida imagen vallejiana), la mención impúdica de los órganos corporales (esa poesía del cuerpo tan contundente en las letras peruanas: Vallejo, César Moro, Blanca Varela y Eielson) se conjuga con alusiones histórico-culturales (una cumbre a resaltar: en su gran poema “Pez”, del 2005, recrea el 11 de setiembre neoyorquino mientras da a luz a su hijo y, también, al poema que leemos), inquietudes metafísicas y referencias a obras literarias y artísticas en general.

Ratificando que merece ser considerada entre las más importantes voces femeninas de la poesía actual en lengua española, Dreyfus nos ha entregado recientemente “Morir es un arte”, título tomado de Sylvia Plath (autora traducida por Dreyfus), conforme lo revela el epígrafe colocado a modo de umbral en el libro que comentamos. A la vez, un título en contrapunto con el de una reunión de la obra poética de Eielson: “Vivir es una obra maestra”. Así como la fusión entre la vida y la muerte, lo erótico y lo tanático, estalló al calor de los dolores del parto y la gestación ardua del poema en el marco de la demolición de las Torres Gemelas, en esa obra maestra denominada “Pez”; ahora, con resultados igualmente magistrales, se instala en memoria de la madre muerta: Bertha Vallejos de Dreyfus.

Aunque hay varios nexos con diversos poetas (el título “Basta señora de las bellas imágenes” se apropia de un verso de Huidobro, por ejemplo) y medios artísticos (una canción negra por manar de la herida del fondo del alma, la filmación de un epitalamio, el cuadro prerrafaelita de Ofelia ahogada, etc.), los vasos comunicantes más intensos y vertebradores remiten a Vallejo, no sé si incentivados porque su madre tuvo un apellido casi idéntico, sintomáticamente en plural (Vallejos) como apuntando a una pluralidad de voces vallejianas.

Relación explicitada en “Reina del corazón”: “Mejor pensar en ti, mi corazona, con esa frase tuya / solo hallada en un hermoso verso vallejiano. / pensar en tu dulzura por dulzura” (págs. 53-54). La anteceden otros versos de Vallejo citados sin aclaración alguna: “de la gallina viuda de sus hijos” (pág. 29), “el polvo padre” (pág. 43) y, sobre todo, “¿Di, mamá?” (concluye “Di tú”, al igual que el poema XXIII de “Trilce”) precedido por versos hondamente trílcicos (recuérdese que “Trilce” ostenta 77 poemas) sacudidos por la hora mortal: “Son las nueve y cincuenta y siete de la noche. / Del año dos mil siete. A tus setenta y siete. / Podría estrujar ese guarismo falsamente auspicioso, / falsamente perfecto. Podría pedir que te despiertes / setenta veces siete” (pág. 51). No falta el pedido vallejiano de guardar la energía amorosa para cuando no haya: en la cópula sexual exhorta al amado, “cuida el ardor la risa nuestro asombro / para cuando haya un hueco para cuando / la tristeza nos duela todavía” (pág. 15, piénsese en los huecos de Trilce LXV). Sin calcos epidérmicos, sin imitación servil, Dreyfus asimila a Vallejo a cabalidad pero emerge ella misma, Dreyfus humanísima, inmortalizando nuestro polvo enamorado.


Fuente: El Comercio

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