sábado, 10 de diciembre de 2016

ESCRITORES DEL KARST por Adán Echeverría

“En Yucatán no está pasando nada que me llame la atención. Me parece que por el momento seguirá igual. A pesar de que el resto de la República conoce el nombre de uno o dos poetas yucatecos, no se interesa y desconoce realmente el panorama estatal.”
Marco Antonio Murillo (nacido en Mérida, Yuc. 1986) al contestar una entrevista.


Parte Primera. Tres mujeres, tres décadas diferentes de nacimiento.

La península yucateca, es una planicie kárstica resultado de la meteorización de las rocas calcáreas en que se sitúa el verde espacio de la selva subtropical. Al carecer de ríos superficiales (ríos Palizada y Candelaria en Campeche; río Hondo en Quintana Roo, frontera con Belice), el escurrimiento es casi por completo subterráneo, dando lugar a los cenotes (una de sus manifestaciones kársticas de mayor claridad) de los cuales se han contabilizado no menos de ocho mil, tan sólo para el estado de Yucatán. Los climas que brinda la vegetación que se desarrolla en la península de Yucatán (de duna costera, sábanas, selva baja subcaducifolia –que pierden sus hojas en una época del año-, hasta la selva alta subperennifolia –que no pierden las hojas) permiten que la mirada viaje sobre paisajes verdes, en época de lluvias (junio a agosto), temporada de huracanes (septiembre-octubre) y nortes (vientos fríos que se desprenden del polo norte y que bajan las temperaturas, de septiembre, noviembre a febrero), lo mismo que para el espacio de los amarillos, cafés, y cálidos naranjas en que nos vamos presintiendo en la época de secas (marzo a mayo). Y desde Palizada, en lo más occidental de Campeche, hasta Chetumal, bajando por el Mar Caribe, frontera con Belice; como en aquellas islas que rodean la península (El Carmen en el Golfo de México; Holbox, Contoy, Isla Mujeres y Cozumel, en Quintana Roo), el universo sea vasto. Sobre esta vastedad miran los ojos de los autores que nos abren el pecho y la pluma, y que se describen hoy como "Escritores del Karst". Y desde esa riqueza en que se distribuyen plantean sus esperanzas de comunicar el pensamiento, mediante la palabra escrita. El karst yucateco es de poco relieve, abundante en roca calcárea que se disuelve y precipita ante la precipitación pluvial. De la misma forma, la literatura que los autores acá discutidos presentan temáticas similares, capaces de diluir los antiguos pensamientos de una sociedad internacional que va fundiéndose con la tradición, para darnos los textos que acá discutiremos.
En este documento comentaré sobre los 21 autores compilados en la antología Karst, escritores de la península yucateca en 2016, que han sido documentados en estas regiones kársticas, donde los paisajes, las esperanzas, las melancolías de sus espacios vitales se dejan sentir en cada una de sus propuestas literarias, ya sea como poemas, minificciones, o cuentos. Voces frescas, no sesgadas por grupismos literarios de otras épocas (Centro Yucateco de Escritores, nacido en la década de 1990, o la Red Literaria del Sureste que apareciera en la mitad de la primera década del 2000), y tampoco cinceladas desde las Academias Literarias existentes en los tres estados que forman la Península de Yucatán (de este a oeste: Campeche, Yucatán y Quintana Roo) Escuelas de Escritores, de Creación Literaria o Licenciaturas en Literatura de las Universidades Autónomas de Yucatán o de Campeche. Voces literarias llenas de esa novedad en las que pueden, queridos lectores, ir descubriendo qué cosa es Yucatán, cómo se mira Campeche, cómo se descubre Quintana Roo. Porque en estos autores, cuyas edades fluctúan de los 45 hasta los 20 años, se miran los espacios de interacción en que pueden descubrir sus necesidades de comunicar ideas, que nos ayuden a descubrir ¿para qué están escribiendo?
La generación de los nacidos en la década de 1990, presenta la voz de una mujer, junto a la de cinco autores hombres. Violeta Azcona, estudiante de veterinaria quien, determinada a dejarse escuchar por los derechos de la mujer, hace que sus personajes ya sea niñas, jovencitas o jóvenes adultas, tomen decisiones con seriedad, y sean combativas. Sus textos son evidencia y confesión. No paran de ser grito para la reflexión y el cambio de posturas, la transformación y evolución de las sociedades, al reclamar sus errores, y evidenciar las nuevas posibilidades. En su discurso, Violeta sabe apretar la voz, el signo, y transcribir un claro uso del lenguaje para desarrollar su propuesta narrativa. Establece la diferenciación marcada socialmente por el género: "Habría que verlo, tan chaparro y gordo, además le he notado unas cuantas verrugas en la papada y en el cuello, parece un sapo. Y yo tan hermosa, tan espigada, tan blanca y limpia como la leche; pude haber sido actriz o modelo, pero no, estoy atada a éste hombre; es que no lo puedo dejar, y a pesar de lo que me ha hecho sigo aquí, tomándole la mano." "Mi madre me ha dicho que sea obediente, que sea más dócil. Pero es que no puedo, algo en mi interior es rebelde y quiere guerra con la hegemonía masculina."
Después de la autora Patricia Garfias (Mérida, Yucatán, 1985), o de Carolina Luna (1964), en el sureste no había surgido una voz tan clara y ágil para las narraciones, y conscientes de que el trabajo de Garfias jamás pudo despegar en la literatura, como en la promoción cultural (lo cual siempre será una lástima), es Violeta Azcona Mazun (Mérida, Yuc., 1993) la promesa de la narrativa hecha por mujeres de la península yucateca. La autora posee la ironía, y la inteligencia para mirar el mundo que le rodea, y sabe plasmarlo en sus textos. Como cuando unas jovencitas cometen un robo en una plaza comercial, en el cuento Mi primer reloj

"Éramos un grupo de cuatro muchachas. Brisa era la más guapa, con ese cuerpo perfecto que dictamina el estereotipo de la sociedad; la condescendiente del grupo, todos la querían por ello, y otras la odiaban por guapa. Misha era flaca, alta y guapa también, la "loca" del  cuarteto; siempre andaba de fiesta, de novios y pasando las materias de 'panzazo'. Ariel era la chaparrita, morena y también guapa, por supuesto; era la criticona, se la pasaba quejándose de todo, siempre se peleaba con todos y todas,  muchos la odiaban. Yo era la 'nerd', la más alta de todas, no era fea pero jamás me consideré guapa. No porque tuviera baja autoestima, o porque me comparara con mis amigas, sino, pura y llanamente porque para mí resultaba vano y superfluo aquello de la 'belleza' exterior."

Violeta hace que su narrador viaje al pasado (flash back), cuando se escaparon de clase, pensando en gozar la libertad adquirida por decisión propia; renuentes a la vigilancia de padres, maestros, para enfrentarse al mundo real, en el que poca experiencia tienen, como la autora evidencia su cúmulo de errores. Que, cínicas y entronas, deciden que nadie puede rajarse, hasta convertir la travesura de niñas de familia, en delito de jovenzuelas de la calle.

"Al llegar a la plaza reparamos en que no teníamos dinero suficiente para gastar. Habíamos comprado helados y papas, pero ya no quedaba más que para comprarnos unos moños que habíamos visto en un local. 'Realmente quería mi moñito', me quejé tristemente mientras hacía una mueca con la boca. Misha me miró y por un momento no dijo nada, me tomó de la mano y me sonrió, 'Ven, vamos' dijo y todas las seguimos.
Entramos de nuevo a la tienda y hacíamos como que observábamos la bisutería, la ropa, los lentes y de repente ¡Vi cómo Misha tomaba el empaque de los moños y los metía en mi bolsa de la camisola!, ¡No pude decir nada ni hacer nada!, tragué saliva y  abrí los ojos intermitentemente, como las alas de un pájaro que apresura su despegue. Casi no podía moverme y si no hubiera sido por Brisa, que me abrazó de repente, despistando a la vendedora, mientras Ariel le daba las gracias para distraerla, seguramente me hubiese dado un ataque de pánico o algo por el estilo.

Al dejar la oración "Realmente quería mi monito", en voz de una de las actuantes del texto, Violeta hace evidente el infantilismo de las jóvenes de la historia; esta idea que hace que las chicas vuelvan y cometan el hurto, es muestra del talento observador de la autora sobre su sociedad. Mientras al inicio las describe como "guapas", poco aplicadas "pasando las materias de 'panzazo'; o cuando señala "cuerpo perfecto que dictamina el estereotipo", o cuando se declara "nerd"; contrasta con las actitudes añiñadas de jóvenes con ese dejo de sexualidad, en pleno berrinche para hacerse de un adorno. Esa dualidad en el carácter de las jóvenes continúa durante todo el texto. La observadora Violeta hace evidente los pocos valores dentro del núcleo familiar, de padres y maestros, incapaces para saber dónde andan sus hijas, sus alumnas; pero eso no las excluye de saber discernir entre "lo bueno y lo malo" de sus acciones:

"Cuando nos disponíamos a salir de la plaza, después de que mi nerviosismo se acabara, de que mi corazón recuperara su ritmo, de que al fin perdonara a Misha por haber tomado algo que no nos pertenecía ¡Y de meterlo en la bolsa de mi uniforme!, después de creer que la habíamos librado… El vigilante no nos abrió la puerta para salir de la plaza y pronto llamó por radio a dos compañeros más, que llegaron para impedirnos la huida.
—Hay reportes de dos tiendas, señoritas; de que cuatro colegialas han tomado algunas cosas 'prestadas' —lo decía con tono morboso, y dándole énfasis a la palabra 'prestadas', como si disfrutara el hecho de que no fuera así.—  No podemos dejar que se vayan sin que se les revise. Casi sentí cómo me iba a desmayar pero, guardé la compostura—. Síganme, en una fila por favor, una detrás de otra."

Violeta caricaturiza la "detención" de las jovencitas por los guardias de seguridad de la plaza donde ocurre la escena del cuento. Las hace caminar "en una fila", como en aquella escena inicial de la película de 1973, Papillon (dirigida por Franklin J. Schaffner); imaginarlas caminando por la plaza comercial, en fila, y rodeadas de los vigilantes de la misma, es una trágica forma de humillación por su "delito". Lo que bien podía terminar en una llamada de atención, se había vuelto una forma de humillar a las cuatro jovencitas:
"Si no lo pagábamos, 'Un vigilante las va a acompañar a la escuela y hablará con el director o la directora, para que llamen a sus padres. O les hablamos de una vez desde acá, denme los teléfonos… o a la policía ¿Sería mejor, no?'"

Y esta situación la que motiva la ruptura de las falsas amistades, que impulsan a las chicas de golpe hacia la madurez, para entender que en el transcurrir de la vida, las relaciones sociales tienen que ser escogidas con mucho detenimiento. Violeta Azcona puede narrar esa historia grupal de las amigas, pero igual puede abstraerse hacia textos más íntimos, en el que desarrolla su propia postura sobre la depresión, el abandono social, y la soledad de la complejas relaciones familiares que ocurren en las familias mexicanas, en las que ambos padres de familia tienen que salir a trabajar para obtener el ingreso económico suficiente, disfrazado además de "liberación de género"; como ocurre en De pulgares, orejas y otras partes, minificción en la que el personaje se va mutilando poco a poco, en su imaginación, como en su realidad, y que en la prosa de Violeta el paso entre realidad-fantasía es tenue pero directo.

"Desde que tengo memoria me ha gustado jugarme las orejas. He intentado dejar la manía pero no he podido; me da placer y una tranquilidad inigualable."

El nerviosismo del personaje de Violeta en busca de la autocomplacencia que le ayude a su tranquilidad es creíble en la línea anterior. Y de ahí, Azcona Mazun, evidencia esa violencia personal, que tanto impulsa a las juventudes actuales para hacerse cortes en las piernas, en los brazos. Azcona lleva la idea al exceso:

"Decido cortarme las orejas. Tomar un cuchillo de la cocina, afilarlo y ¡zaz!, realmente no es tan doloroso. Supongo que mi vanidad es más fuerte. Tomo el lóbulo de la otra oreja y ¡zaz!, en menos de cinco minutos se tiene una cabeza libre de orejas. Se cocinan muy bien en caldo, y se las da a la perra. Lo bueno de los perros mestizos es que comen de todo."

Otro tema que toca la autora, es el amor a los animales, que en la actualidad llega hasta el exceso, con personas que incluso proclaman "Prefiero matar toreros, matar rancheros y campesinos que gustan de la fiesta brava, para lograr impedir la muerte de los toros". Esa posibilidad es la que Violeta nos retrata: la adolescente solitaria que prefiere lastimarse a sí misma, mientras consciente a su mascota alimentándola con su propia carne cortada; una mascota que además no es de raza, sino que se trata de un perro mestizo. La actualidad cuelga de su obra, y nos hace celebrar su capacidad de observadora natural.
Y desde esa capacidad, la autora Violeta Azcona, puede trazar la violencia desde la infancia, en una de sus prosas de largo aliento, titulada: Mi rata Potter, que al puro estilo de Los hombres que no amaban a las mujeres (2005) de Stieg Larsson, llevada al cine con el nombre de La chica del dragón tatuado (de David Fincher, 2011), muestra como una chica logra castigar a su violador; de la misma forma Violeta Azcona presenta esta actitud para México y toda Hispanoamérica. El texto, además nos permite ver –de nuevo- su visión generacional (nacida en los años 90) al bautizar a su violenta mascota, que usará para castigar, como Potter, en referencia al mago personaje de la saga de J.K. Rowling: Una niña de seis años, junto con su niñera de 14 (Juanita), son violadas por la nueva pareja (padrastro) de mamá; texto del cual recreo unos pasajes aterradores:

"Creo que tenía alrededor de 5 años cuando Carlo se vino a vivir con nosotras. Mi madre inmediatamente se olvidó de mí. Me encargaba con doña Chepa, pero ya era muy viejita; así que me contrataron una niñera: Juanita. Juanita tenía 14 años y jugaba conmigo todo lo que yo quería, luego en las tardes se escapaba de mí para irse a ver las novelas con Chepa, mientras yo jugaba en mi cuarto, en donde Carlo se escurría para verme los calzones".
"Carlo se volvió más cariñoso que nunca, me abrazaba todo el tiempo y me sentaba en sus piernas, donde algo duro siempre me rozaba las nalgas, haciéndome sentir extraña".
"Sentí una mano que se posaba sobre mi trasero, y que a pesar del calzón, pude sentir cómo no le costaba trabajo embarrar los dedos en mi raya. 'Mi niña, ¿qué haces ahí?', dijo Carlo mientras me jalaba de una pierna. Rápidamente me paré, más emocionada por contarle lo del ratoncito que incómoda por su atrevida caricia. Es que a los 6 años todo es nuevo, todo parece tan normal."
"Carlo me llevó al cuarto donde estaban mis regalos; me sentó sobre el mueble y con una voz áspera —que muchas ocasiones después de esa seguiría aguantando—, me dijo 'Te voy a dar mi regalo, no seas una niña grosera y acéptalo. Si no te gusta, te aguantas'. Se bajó el pantalón y sacó una tripa negra y peluda que mientras la iba frotando iba quedando gruesa y dura. La pelaba y tenía la punta rosada. (…) De pronto algo me raspaba, giré a ver y era su barba. Carlo me daba lengüetazos en mi raya, sentía su lengua adentro y afuera; de pronto su rata dura se metió en mi trasero, lentamente, yo sentía que me estaba haciendo popó; luego comencé a sentir mucho dolor, y en eso una rata real cruzó el cuarto, era la misma rata que vi debajo del mantel."
"Luego me limpió todo con la sábana que cubría el mueble. Me obligó a jurar que nunca diría nada. Y me sacó del cuarto para regresarme a la fiesta".
"Juanita bajó la cabeza y se puso a llorar. Creo que ahí fue que me di cuenta de que no había sido la única."
"Mi madre nunca quería verme, Juanita se la pasaba en la televisión y Carlo siempre entre mis piernas".
"Cuando cumplí 10 años, mi madre decidió que yo ya era muy grande para seguir teniendo niñera. Que además ni jugaba con juguetes ni con Juana. Regresó a Juanita a su pueblo esa misma semana, dejándome más sola que nunca."

Por prosas como ésta, Violeta Azcona Mazun representa ese músculo vital en el que se pueden discursar las historias sin tapujos de esta Mérida, la de Yucatán, en este 2016. El personaje infantil que ha sufrido una violación durante cuatro años, ha logrado la venganza, ¿a costa de qué? habría de preguntarse. A costa de matar a su madre y a su padrastro, y entonces pensar –contrario a lo retratado por Stieg Larsson- ¿cómo sobrevirá esta niña de 10 años en el mundo? La narración de Violeta no lo dice, sin embargo, como lectores quedamos "complacidos" con mirarla liberarse de sus violadores, y abrimos la esperanza de ese final ¿feliz?
El escritor necesita recrearse en su entorno, alimentarse de él, y conocer el pasado mediante sus lecturas. Esta dualidad experiencial es la que le impulsa a escribir, para llenar aquellos espacios de la literatura que le gusta abrevar. Para los Escritores del Karst nacidos en la década de los 80, encontramos la voz de cinco mujeres; cada una con sus búsquedas propias de voz y realidades. En una antología apenas accedemos a un fragmento de la obra de un escritor. Justo es que los antologadores y los autores vayan poniéndose de acuerdo con qué fragmento podría ser representativo de su obra, porque el trabajo literario de los escritores evoluciona con el paso del tiempo, y las lecturas. Abrevan en la vida cotidiana, como en los libros que comparten, esa búsqueda de la felicidad como derecho inalienable en el cual parpadean los instantes de sus lecturas.
Entre las mujeres escritoras del Karst nacidas en la década de los ochenta, Ángel Nimbé (Campeche, 1988) es la más joven. Nace en Campeche donde estudió literatura en la Universidad Autónoma de esa entidad; actualmente radica en Cancún, Quintana Roo donde cursa la maestría en Creación y Apreciación Literaria, como una clara muestra de la continua movilidad existente en la península de Yucatán; y desde ese recorrer kilómetros de selva define su palabra poética: " Yo, Dios, y soy gusano, tecla y tinta de otro dios más fuerte". Nimbé ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico en Campeche (Pecda) en su emisión 2012; es autora de Las danzas de la serpiente, con el que obtuvo el premio estatal de poesía 2015. Y dentro del trabajo poético que acá revisamos, Leptomar (Las bitácoras del desahuciado), se observa el trazo de posibilidades artísticas con los que se mira a la sociedad y que la autora percibe; se deja sentir el abandono en que el que sus hablantes líricos se encuentran sumergidos; así como la búsqueda interior que no termina de fracasar.
El desahuciado hablante lírico de Nimbé no logra salir de la depresión que el mundo le impone: la niñez, la familia, los amigos, los otros, la vida toda: "Este recinto blanco me sofoca. Debe tener el sabor del abandono. Con esta esclavitud deben vivir los muertos." La fallida esperanza que narra en sus poemas, huele a derrota, a miseria, al abandono en el que uno se nutre cuando quiere llegar a lo más hondo de la tristeza. Pero igual entre sus textos se percibe esa presencia marina, ese olor oceánico que rodea a la península, su natal ciudad Campeche, situada a la orilla del Golfo de México, y Cancún, donde ahora reside, situada a orillas del Mar Caribe; por ello puede percibirse el espíritu de mar en el que la autora ha crecido, mar y religión como un viaje que se complementa en la actualidad de su mirada: "Vengo a ti como el rey de los ejércitos, para enfermarte como enfermé estas olas, provocar un nuevo amanecer aún más oscuro. Hay otro mar allá, tras esas sombras. Hay otro mar allá, cae en picada sobre la arista del cuadrado mundo."
Esta desolación puede mirarse en los versos de su Día tercero; las relaciones del hablante lírico con personajes débiles, tiernos, y en esa docilidad de carácter 'como solían ser las princesas de los cuentos', Nimbé remarca a la sociedad enferma contemporánea, enferma por lo políticamente correcto, enferme con el neoliberalismo, enferma con esa necesidad de "no exacerbar los caracteres, reprimir las pasiones, evitar ser contestatario, privando de reacción a la juventud que languidece como "la dama de las Camelias", de una enfermedad del alma, ante ese fantasma que les absorbe el cerebro, como aquel monstruo retratado por Horacio Quiroga, que iba succionando a la mujer, hasta matarla en El almohadón de plumas. De esa forma la autora presenta a sus personajes:
"Mi mejor amigo tenía el cuerpo diminuto y delgado. Era un niño blanco como solían ser las princesas de los cuentos. Tal vez cuando crezca halle un hada y se case. Tal vez se acuerde de mí, que solía devorar los corazones de los lobos.
Mi mejor amigo de la infancia se desmayaba a ratos. Mucho tiempo bajo el sol le hacía desvanecerse. Solía cargarlo y correr hasta ponerlo a salvo de las patadas de los otros que hacían leña del caído. (…)
Creo que mis intentos de felicidad ya fracasaron, murieron desde la primera vez que abrí los ojos."

Y sin dejar además de señalar a esa sociedad capaz de lastimar al que se presiente débil. Con ello, Nimbé remarca la batalla contemporánea contra el Bullyng (acoso físico o psicológico al que someten de forma continua a un individuo sin importar el sexo, por el hecho de presentarse débil ante una persona o un grupo social): "hasta ponerlo a salvo de las patadas de los otros que hacían leña del caído". En su poema Cuentos de hadas desgraciados, Ángel Ninbé hace eco de las narraciones de Violeta Azcona, retratando la pobre educación de la familia. Y con la sutileza que permite la poesía, sus versos se acercan igual al miedo que sienten los infantes ante el acoso de los adultos: "Mamá me dijo que el hombre de arena no es real, /que no morderá mis juguetes, /ni jalará mis pies si resbalo /cuando juegue en el columpio a medianoche." Y en ese miedo por los adultos, igual prevalece el miedo a los narcotraficantes que les acercan las drogas. Es interesante que mientas muchos "activistas" se inclinan por la legalización de las drogas, la joven poeta nos diga, desde su hablante lírico: "No me arrastrará a su reino de morfinas /debajo de la cama /ni me convertiré en una de esas niñas /a las que a veces se les caen los ojos /que los rincones devoran." Y es en los tres versos finales donde la autora deja ver su postura ante la "trata de blancas", o nos permite imaginar a las chicas suicidas, las que han sido diagnosticadas con algún problema mental, que viven de píldoras, y pastillas recetas por el psiquiatra, o que han sido incluso recluidas en clínicas mentales. La alusión "a veces se les caen los ojos /que los rincones devoran", puede ser una referencia de aquella canción infantil mexicana de Francisco Gabilondo Soler "Cri-Cri", "La Muñeca Fea" (grabada en 1958), que vive "escondida por los rincones"; y cuya letra ha estado en el imaginario colectivo de las familias mexicanas ininterrumpidamente desde su grabación.
Entre los nacidos en la década de los setenta la única mujer entre los Escritores del Karst, es Gema Cerón Bracamonte (Mérida, Yuc., 1979), licenciada en nutrición por la Universidad Autónoma de Yucatán. Sus relatos vienen cargados con las emociones vitales de una observadora ávida. Una mujer mira hacia la prisión de otra mujer, en busca de la libertad y la determinación, consiguiendo el juicio de las autoridades que la reprimen. ¿Tiene justificación el asesinato? ¿Tiene límites el abuso sufrido? La lucha de la mujer para dejar el papel de víctima, o con la firme intención de asumirlo como ocurre en el cuento Sentencia.

"Cuatro años de matrimonio teñidos con sangre, ¿quién lo hubiera imaginado? Recuerdo el día de mi boda y ese hermoso vestido blanco. ¡Nunca me sentí tan dichosa!, como princesa en cuento de hadas. ¡Qué decir de Rogelio!, tan guapo, con ese frac negro, corbata de moño y sus ojos marrones mirándome embelesado.
Todo era perfecto, hasta que Rogelio decidió que debíamos abandonar la casa para vivir con su madre."
El personaje-narrador de la historia de Cerón termina por dar muerte a su suegra, que durante la relación a la que se enfrenta se la ha pasado atormentándola. Este texto es evidencia de que el Machismo que tanto daño hace a las familias, a la mujer, a los hijos, en ocasiones es estimulado por otras mujeres, ya que como decía Simone de Beauvoir: "El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos", como en este caso Madre-Hijo son quienes someten a la Nuera-Esposa, hasta enloquecerla, cegarla, y orillarla a defenderse: "Sumida en mis recuerdos, no escuché con claridad la sentencia. Al parecer, jamás podría ver a mis hijos, esto me derrumbó. ¡No podía creerlo!, ¿por qué me condenaban?, la víctima era yo."
Gema Cerón carga su discurso con la sencillez de las palabras y las escenas que plantea denotan la experiencia del diálogo y de saber escuchar a las personas que nutren sus reflejos literarios. Tal postura se vislumbra en la segunda narración que analizamos Pedrito: donde una mujer busca corregir y educar a su hijo, por lo que el texto se carga de la magia literaria del absurdo. Se reconocen las lecturas de Gema, el apropiarse de la tradición literaria infantil para poder construir sus propias intenciones, el nombre del personaje de inmediato nos lleva a reconocer al personaje de la fábula de Pedro y el Lobo, que acá es mezclado con aquel pillo de los cuentos llamado Pepito (de ahí el diminutivo) que siempre se sale con la suya, y que en la contemporaneidad nos haría pensar en Daniel el Travieso (tira cómica de Hank Ketcham, estrenada en 1951), o al más reciente Bart Simpson (personaje de Los Simpson, creados por Matt Groening en 1989).

"Pedrito, niño malcriado de 3 años y medio, el menor de tres hermanos. Era el consentido de sus padres. (…) Pedrito se había enfurecido tanto, que comenzó a golpear a su progenitora a puño cerrado."

De inicio Cerón llama a su personaje "niño malcriado", y lo evidencia mostrando como es capaz de golpear a su madre. La fabula que la autora propone, pasa a ser un cuento que pretende espantar a los niños, y de nuevo hace referencia a Gabilondo Soler con la letra de la canción de "El ropavejero", quien compra o cambia: "Chamacos malcriados /miedosos que vendan"; evidenciando además cómo son los Padres los que crean y refuerzan los miedos en los niños.
"El reloj se detuvo; para un pequeño de tres años, un minuto sin su madre parece una eternidad. El silencio retumbó en la casa. Pedrito subió las escaleras, entró al baño, exploró cada habitación sin hallar a nadie. Hasta sus hermanos se esfumaron. Creyó que jugaban a las escondidas y buscó debajo de la cama, dentro del ropero y nada."
La referencia obligada acá es a la película "Mi pobre angeligo (Home Alone), película de Chris Columbus, estrenada en 1990, sobre el niño que por distracción de su familia que se va de viaje, se queda solo en casa. Pero en el texto de Cerón, el niño es de una edad mucho menor que el protagonista de la saga hollywoodense; por lo cual tiene un mayor contacto con la obra de Gabilondo Soler:

"Se sorprendió al ver un anciano sucio de barba desordenada, con una bolsa negra al hombro. Parecido al hombre que buscaba en la basura cuando mamá sacaba las bolsas. Aquel que un día le vio jugar en el jardín y dijo: 'Ven conmigo pequeño, en mi casa hay muchos juguetes, eres un niño muy lindo. Te enseñaré un juego muy bonito mientras te cuento un secreto'. Ese hombre, del cual rehuía mamá, debido a su nauseabundo olor y porque algo le habían dicho sobre él, sobre algo terrible que les sucedía a los niños, cuando se cruzaban en su camino, y de lo cual, jamás una madre podría comentar a sus hijos."

Y con el final de este párrafo, Cerón Bracamonte, vuelve a tocar el mismo punto que Violeta Azcona y Ángel Nimbé, el posible acoso, secuestro y abuso sexual de los infantes; lo cual marca una constante en la prensa mexicana, en las noticias de todos los días cargados de desaparecidos (los 43 estudiantes de una normal rural de Ayotzinapa, en el sexenio actual de Enrique Peña Nieto, o los 16 jóvenes estudiantes asesinados en una fiesta en Ciudad Juárez en Villas de Salvárcar, en el sexenio anterior de Felipe Calderón Hinojosa). ¿Cómo estas tres escritoras no desarrollarían textos en los que se denote la vulnerabilidad de los pequeños, y permeé el miedo latente?
En este pequeño apunte sobre la obra de tres mujeres (Violeta Azcona Mazun, Ángel Nimbé y Gema Cerón) sirve de base y cimiento para poder analizar a los otros 17 autores compilados, (21 en total), ya que cada una de ellas sitúa su nacimiento en una de las tres décadas (70s, 80s y 90s) del nacimiento de los demás autores. Pero habrá que evidenciar que la literatura no tiene genitalidad, como veremos al continuar nuestro análisis, ya que los temas vienen a ser correspondientes con los que hasta ahora ellas tres han sugerido. Lo cual nos deja claro que el género del autor no debe seguir siendo una validación para la creación literaria. Toda vez que la literatura tiene como primer objetivo la comunicación de ideas; con base en la estética, que cada quien determinará por su habilidad lectora y su experiencia como creador, asimilando las estructuras que mejor impulsen sus creaciones. Lo cierto es que, el género es una creación social determinada con base en las significaciones de cada persona sobre los infantes, ya que el desarrollo de la literatura actual, contempla la validación de dichos pulsos sociales, y no es sino en la capacidad de asumir esa postura, como cada autor se nutre de su entorno, y puede desarrollar su actividad creativa y creadora.
En este primer fragmento, las autoras revisadas presentan en la violencia sobre la infancia, vasos comunicantes que deben llamarnos la atención, sobre las preocupaciones actuales de los escritores de la península de Yucatán, de México, y tal vez de toda  Hispanoamérica.

(En la fotografía Ángel Nimbé)

Esta es la primera entrega de una serie de 4 sobre escritores de Yucatán

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