lunes, 18 de diciembre de 2017

SURVIVING MR. WALCOTT (SIETE DÍAS CON UN PREMIO NOBEL), por León Félix Batista



Día 1
Cómo imaginar que un simple acto lúdico (la traducción de un texto literario) me proporcionaría, dos décadas después, la experiencia de vivir una semana de intensidad poética junto a su autor. Y todavía no sé si adjudicar el acontecimiento a la teoría del azar (determinismo, caos, incertidumbre) o a la de las catástrofes (“va a llevarme quien me trajo”). Primer trimestre de 2008, Feria Internacional del Libro. José Rafael Lantigua, secretario de Cultura, invitó al poeta y dramaturgo Derek Walcott, Premio Nobel 1992. Y recordó que yo había vertido al castellano algunos de sus poemas en mi época gringa del College, lo que continuaba haciendo. Así que heme aquí ungido como “edecán” del poeta y su señora, Sigrid Naman. Ardieron las cosas pronto, y ya en la noche del 28 de abril cenamos en su hotel, donde se mostró frugal en el consumo y parco en la conversación –circunstancia conveniente para que no se quebrara de inmediato la fina capa de hielo de mi inveterado nerviosismo. 

Día 2
Casi me hundí en aguas heladas el martes 29, durante el primer encuentro con la prensa. Marianne de Tolentino y yo transcribíamos cosas en apariencia distintas del discurso único que daba el muy serio Walcott. Lucíamos enredados en la bola de manigua del lenguaje: ella traduciendo mentalmente a su francés original y devolviendo en castellano galo; yo a mi vez vertiendo el culto inglés de Walcott pasado por el cedazo de mi broken english de Brooklyn mezclado con el ESL de la universidad. Hasta que di con la clave: mejor que sólo tradujera yo, también poeta, caribeño como él, y frente a un público dominicano, cuya jerga yo me sé. Obstáculo vencido, cero malos presagios. Mas faltaba superar la prueba de la noche, nuestra primera juerga, en casa de Soledad Álvarez y Bernardo Vega.

Salimos a las 6, luego de las parrafadas castrenses de los agentes de seguridad, quienes me nombraron “jefe”, dispuestos a mis órdenes. ¡Qué bien se siente subir al cielo civil, mandar gente con rango! Noté que nos desplazábamos franqueados por motocicletas. ¡Qué bien se siente volar por tierra mirando con desdén el tráfago en fragor de los mortales! Finalmente llegamos, subimos y bebimos –para quedarnos en el argot marcial. Por beber, precisamente, de esos líquidos que a cualquiera hacen locuaz, vimos la primera metamorfosis del poeta. Hasta ese momento fue inglés, como en la quintilla de Fray Juan Vásquez, y brotaron sus tambores caribeños. Se desató (“desacató”, que dicen), al encontrarse allí también con Junot Díaz, estrella literaria rutilante que había colocado como epígrafe de su novela premiada con el Pulitzer un poema de Walcott. Esa noche fue larga, plena, solamente superada por el sol casi saliente.

Día 3
El miércoles 30, muy temprano, esperaba a que Walcott bosquejara coralillos y trinitarias del área de piscina, para acercarme. Habría un recorrido por la Ciudad Colonial y almuerzo con Guzmán Ibarra y Patricia Solano en el polígono central. Ese día, caballero británico otra vez, empezó a dar señales de su grandeza humana, al pedir que el personal y agentes del DNI se sentaran a las mesas con nosotros. Luego al hotel, y a casa, porque aquella habría de ser una noche delirante: primera lectura poética, en el Teatro Nacional, que se reveló insuficiente, pues hubo que habilitar pantallas para el público de afuera, igual en cantidad que el de la sala. Una traductora profesional vertía por los audífonos el esplendor oral de aquel mulato de ojos verdes y pelo en olas, atiborrado de ideas libertarias, memoria épica, truenos de tambores, trópico, crepúsculos, océanos, dolor, Antillas... Leímos un par de cantos de “Omeros”, él de su original, yo de la versión al castellano de Rivas, y respondió preguntas profundas e infinitas.

Día 4
La mañana del primero de mayo lo encontré en la misma pose, esta vez frente a un papel. En el silencio mayor que me haya sido dado guardar, me coloqué a su espalda, procurando en modo alguno interrumpir algún poema. Entrevista y almuerzo en Diario Libre, y a las 4 de la tarde recibido por estudiantes de Letras en la UASD, donde se mantuvo circunspecto: había entrado de nuevo en “modo Sir Walcott”. Acaso por el calor reinante, porque no tuvo que leer poesía ni hablar sino limitarse al homenaje o, quizás (es mi teoría), por su pelea con Sigrid: saliendo del hotel le gritó que subiera al otro auto, porque estaba harto de su parloteo: “me voy solo con León”. Yo quise hacerme el loco ante el pugilato y los alemanes ojos anegados de Sigrid, pero Walcott me involucró: “¿Verdad, León, que las mujeres hablan demasiado?”. Y vino la noche a repararlo todo: cenamos en casa de José Mármol y Soraya Lara. Rodeado de conversación muy alta, licor, poetas con sus esposas, el gato Figo y la perrita Lola, Derek Walcott fue, de nuevo, feliz: un isleño rumbero y cultísimo a la vez.

Día 5
El viernes ocurrió la apoteosis: fuimos inesperadamente invitados a almorzar en Palacio con el presidente de la República, Leonel Fernández. Estarían también Lantigua, Junot Díaz y Alexander Santana, subsecretario de Cultura. El que se suponía fuera día de tregua, a culminar en recepción nocturna, a cuerpo de rey, en el Museo de las Casas Reales (como de hecho sería), se trastocó en el día en que Walcott osciló constantemente entre sus dos personalidades, Hyde y Jekyll simultáneos. Le sorprendió (no me esperaba) que fuera a buscarlo casi al mediodía, aunque aceptó entusiasmado el agasajo del primer mandatario. Pero el diablo no duerme. A distancia de una esquina, en la calle Dr. Delgado, llaman diciendo que el presidente se había complicado y no podría recibirnos sino hasta una hora más tarde. Trágame, tierra. Ordené el retiro de los franqueadores y conducir por las calles de mayor tráfico y embotellamiento. No se me ocurrió mejor manera de retrasar el reloj para el convite. Lo malo fue que Walcott se me volvió de piedra. Enmudeció, asombrado de que ahora sí nos detuviéramos en todos los semáforos posibles. Sudábamos a mares angustia de poetas, pese al aire acondicionado a todo dar. Cuando por fin llamaron: ya nos iba a recibir.

Walcott entonces sufrió un mareo, atribuido a su diabetes. Diligentemente se le atendió en el llamado Salón Verde, todavía con cara pétrea, cuando de repente, todo jarana y joda, entra Junot. El cambio fue brutal: Walcott volvió a ser como por magia afro-caribeño, hombre de azúcar, dialecto y costas. Y nos invitan a pasar. Leonel lo sorprende al conversar, en un perfecto inglés, de los temas más disímiles: antropología, socio-historia, corrientes de ideas, temas europeos. Todos tomamos vino, mucho, a excepción del presidente (nada). Comimos, Walcott se fue achispando, se zampó todo aquel postre pese a las recriminaciones de su mujer. Alguien habla en español con mucho acento: Junot, que dice que se esperen, porque se está meando (sic). Al regreso continúa, en tono de Villa Juana, rememorando el uso que dábamos los vivos al cementerio del barrio (intervine: yo viví en la Paraguay con 23): citas de amor, u horas y horas en las lápidas estudiando para los exámenes o evadiendo algún castigo paternal. Walcott, en las fronteras de un jumo, responde por fin a las advertencias de su mujer: “mejor aún, Sigrid, si me muero, pues mañana dirán los diarios: fallece premio Nobel en el Palacio”. Leonel, a carcajadas, replica: “No, poeta, no te me mueras aquí, tan cerca de las elecciones”. Y así termina todo, o casi, porque bajando las escaleras principales Walcott de pronto se detiene, alza sus brazos ante un público invisible, y vocifera en inglés: “¡Pueblo dominicano, vota por mí, que soy un gran poeta!”. La mirada mortal de los guardias presidenciales nos obligó a bajar de dos en dos los mil peldaños, para llegar lo más rápido posible al auto. Muertos de risa, raudos, felices de travesuras.

Día 6
Al día siguiente, sábado, previo al encuentro con estudiantes y profesores de la PUCMM, se confesó admirado de la brillantez intelectual del presidente, anhelando que todos nuestros países fueran dirigidos por gente así. 

Día 7
El domingo fue más triste. No levantaba la vista del piso en el Salón VIP del aeropuerto. Se iba y, sí: sentíamos congoja, pero sin expresarla. Era la consumación de muchas conversaciones, gestos, conocimiento mutuo y un germen de amistad. Tantas veces demostró la reciedumbre de su personalidad, cambiante por mestiza: era un isleño en contexto archipelágico, formado en lecturas clásicas, hijo de un blanco pintor bohemio, descendiente de esclavos negros, huérfano desde pequeño, hermano gemelo de Roderick, nombrado caballero con el título de Sir, nómada habitante entre El Village de Nueva York y la isla de Santa Lucía. Un coctel de munición emocional que encendía o apagaba su comportamiento, en cualquiera de los casos lúcido, lírico, humanista, magistral.

Ya tenían que abordar. Me pidió cuidar de mi mujer, me dio un par de consejos sobre poesía y editores, algunos libros suyos, un abrazo apretado, y se marchó. Nunca más lo volví a ver. Y ahora ha muerto. Viva siempre Derek Walcott.

E. M. Cioran: Borges, el último delicado (carta dirigida a Fernando Savater)

París, 10 de diciembre de 1976

Querido amigo:

El mes pasado, durante su visita a París, me pidió usted que colaborara en un libro de homenaje a Borges. Mi primera reacción fue negativa; la segunda también. ¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen? La desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno. La consagración es el peor de los castigos -para el escritor en general y muy especialmente para un escritor de su género. A partir del momento en que todo el mundo lo cita, ya no podemos citarle o, si lo hacemos, tenemos la impresión de aumentar la masa de sus "admiradores", de sus enemigos. Quienes desean hacerle justicia a toda costa no hacen en realidad más que precipitar su caída. Pero no sigo, porque si continuase en este tono acabaría apiadándome de su destino. Y tenemos sobrados motivos para pensar que él mismo se ocupa ya de ello.

Creo haberle dicho un día que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado. En Europa, como ejemplar similar, se puede pensar en un amigo de Rilke, Rudolf Kassner, que publicó a principios de siglo un excelente libro sobre la poesía inglesa (fue después de leerlo, durante la última guerra, cuando me decidí a aprender el inglés) y que ha hablado con admirable agudeza de Sterne, Gogol, Kierkegaard y también del Magreb o de la India. Profundidad y erudición no se dan juntas; él había logrado sin embargo reconciliarlas. Fue un espíritu universal al que sólo le faltó la gracia, la seducción. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos.

Nunca me han atraído los espíritus confinados en una sola forma de cultura. Mi divisa ha sido siempre, y continúa siéndolo, no arraigarse, no pertenecer a ninguna comunidad. Vuelto hacia otros horizontes, he intentado siempre saber qué sucedía en todas partes. A los veinte años, los Balcanes no podían ofrecerme ya nada más. Ese es el drama, pero también la ventaja de haber nacido en un medio "cultural" de segundo orden. Lo extranjero se había convertido en un dios para mí. De ahí esa sed de peregrinar a través de las literaturas y de las filosofías, de devorarlas con un ardor mórbido. Lo que sucede en el Este de Europa debe necesariamente suceder en los países de América Latina, y he observado que sus representantes están infinitamente más informados y son mucho más cultivados que los occidentales, irremediablemente provincianos. Ni en Francia ni en Inglaterra veía a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges, una curiosidad llevada hasta la manía, hasta el vicio, y digo vicio porque, en materia de arte y de reflexión, todo lo que no degenere en fervor un poco perverso es superficial, es decir, irreal.

Siendo estudiante, tuve que interesarme por los discípulos de Schopenhauer. Entre ellos, un tal Philip Mainlander me había llamado particularmente la atención. Autor de una Filosofía de la Liberación, poseía además para mí el aura que confiere el suicidio. Totalmente olvidado, yo me jactaba de ser el único que me interesaba por él, lo cual no tenía ningún mérito, dado que mis indagaciones debían conducirme inevitablemente a él. Cuál no sería mi sorpresa cuando, muchos años más tarde, leí un texto de Borges que lo sacaba precisamente del olvido. Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no fuese más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis.

Puesto que le interesa saber qué es lo que más aprecio en Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la facultad que posee de hablar con igual sutileza del Eterno Retorno y del Tango. Para él cualquier tema es bueno desde el momento en que él mismo es el centro de todo. La curiosidad universal es signo de vitalidad únicamente si lleva la huella absoluta de un yo, de un yo del que todo emana y en el que todo acaba: comienzo y fin que puede, soberanía de lo arbitrario, interpretarse según los criterios que se quiera. ¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El Yo, farsa suprema. El juego en Borges recuerda la ironía romántica, la exploración metafísica de la ilusión, el malabarismo con lo ilimitado. Friedrich Schlegel, hoy, se halla adosado a la Patagonia.

Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica. Pero, después de todo, Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitaría a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Khirkhilas de la sirena: nuevo libro de Gamaliel Churata


Acaba de aparecer Khirkhilas de la sirena de Gamaliel Churata, poemario hasta ahora inédito, con estudio introductorio y notas de la investigadora italiana Paola Mancosu. Más info con editorial Plural de Bolivia: https://www.facebook.com/plural.editores.5/

Mancosu en el último número (288 de julio-setiembre 2017) de la revista Casa de las Américas publicó un ensayo sobre Churata titulado "El ahayu americano. Ontología y política en la literatura de Gamaliel Churata": "Tras haber cruzado períodos de desconocimiento y olvido, la obra de Gamaliel Churata (1897-1969) comienza a recibir, a partir de los años noventa, una atención creciente por parte de la crítica. Este interés comprueba su centralidad en la historia de la literatura andina, peruana y latinoamericana". Seguir leyendo en este link: 

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL PEZ DE ORO O LA PUERTA A LAS LOGICAS HÍBRIDAS EN EL PEZ DE ORO DE GAMALIEL CHURATA, por José Luis Velásquez Garambel

“presumo que me leen challwas. Y que no pocas veces se habrán detenido a observar su vida en el titikaka…” Gamaliel Churata

Uno de nuestros problemas son los términos que solemos emplear para construir nuestras realidades y también construirnos a nosotros mismos a través de las variantes de los idiomas que empleamos en cada uno de los referentes de los cuales somos parte, y en los que se han venido, desde tiempos inmemoriales, construyendo discursos míticos e históricos, y siendo Churata un escritor “limbo”, “fronterizo”, “extra e intra territorial”, trataré en lo posible de desnudar la lógica del lenguaje que emplea, aunque las metáforas de su médula correspondan a un híbrido que durante tantos años ha recreado imaginarios a veces tan complejos e impenetrables en su misma raíz o “ahayu” si se quiere en sus orígenes “Puma” imago de Wirakocha y “Sirena” símbolo de la mortífero y de encanto, de pérdida de la razón, y de la música occidental. El Hijo de la Sirena y del Puma Sobre los estudios de sirenas, los antecedentes inmediatos, corresponden a las inquietudes orientales que luego se transformaron en los imaginarios y espacios occidentales, desde los estudios de San Melitón (S. II d.c.), el Etimologiae de San Isidro de Sevilla (S. VII d.c.), los textos que versan sobre los bestiarios medievales, hasta las referencias recogidas en el renacimiento como el Emblematum Libellus de Andrea Alciati y los trabajos notables de Cesare Ripa que atrajeron la curiosidad de Borges y motivaron la escritura de “El Manual de Zoología Fantástica” o acaso todos los manuales de criptozoología que nos conducen por una ruta llena de peripecias imaginarias, desde los cantos homéricos que nos muestran sirenas con rostros de mujer y cuerpos de aves hasta esas imágenes mitad mujer y mitad pez, mitad ave, mitad felino, mitad can, etc. y su presencia en el universo andino y específicamente en Churata constituyen un lenguaje propio a través del que le otorga forma a sus propias creaturas y mitologías. Porque son eso, “construcciones propias”, en este caso “madre nutricia del Pez de Oro”, elemento del que se alimenta ovularmente o acaso de su “ñuñu” del cual como si fuera la pacha succiona vida para ser intemporal, él mismo, en su compleja coyuntura espiritual, híbrida, y atemporal. Las sirenas indias del lago Titicaca, a las que alude, han motivado numerosas referencias y estudios contemporáneos por parte de Teresa Gisbert, Luis Millones, Andrés Orías, Ramón Gutiérrez y Luis Enrique Tord. Sin embargo, la fascinación por el tema data de hace varios siglos, iniciando un recorrido a través de su incrustación en templos/huaca como la iglesia de San Francisco de Paula en Ayacucho, el de Magdalena en Huamanga, su metamorfosis en los templos en el altiplano puneño.
Buena parte de las referencias existentes en las crónicas aluden su filiación con los hechos que le acontecen a Tunupa (Dios perteneciente a la mitología indígena de los Puquinas), pues ellas, son identificadas como Quesintuu y Umantuu (las dos sirenas indias del lago), así Bertonio, en el “Vocabulario de la Lengua Aymara” de 1612 manifestaba que “Quesintuu y Umantuu, son dos hermanas con quienes pecó Tunupa, según las fábulas de los indígenas” y como se sabe y lo refieren Churata, Iltis, Gisbert, etc, “Quesintuu es un pez oriundo del lago Titicaca y Umantuu una especie de Boga”, se trata de mujeres peces (sirenas) presentes en el imaginario popular uru, puquina, aimara y quechua. Esas referencias se hallan también en Sarmiento de Gamboa, Alonso Ramos Gavilán, Antonio de la Calancha y en registros pictóricos de la época, así como en diversas muestras en la arquitectura colonial existente en el altiplano, producto del trabajo de alarifes cuyo imaginario albergó a estos seres de la mitología andina (híbrida) como mecanismo de resistencia cultural. Aunque existen algunos registros anotados por de la Calancha que las familiariza con el origen de los Urus (población relacionada con el agua, tanto en sus etnias Quilla como Chipaya que tributaban ofrendas, según el mismo cronista, “a esos seres divinos de los cuales ellos se creían hijos”, como también lo anota Bartolomé Álvarez en 1588, en su célebre Memorial a Felipe II), no son datos suficientes para lanzar aseveraciones mayores. Aunque en algunos casos se mencionan la existencia de ciudades sumergidas en el Lago, los mismos que según los cronistas religiosos, premunidos de la ideología cristiana, manifiestan que “están pobladas de seres demoníacos y maléficos” en los que se practican sirenamientos y demás encantamientos, como el mismo Churata lo manifiesta en su prototipo libro primero, en su biblia, en khori-khellkhata=khori-challwa. La sirena que es devorada por el Puma en un momento de exitación, y que fecunda en las entrañas de éste cual silúrico ser “Pez de Oro” (khori challwa) y se devora al padre tal cual éste se devoró a su madre no es sino una reminiscencia al salvaje alfabeto que descifra la vida misma de Gamaliel Churata, el incognosible escritor que viene a asecharnos desde una mitología estrictamente personal. De hecho, la imagen hallada y extirpada (de una mujer pez, Quesintuu) en “Kopakawana” (como aparece en los documentos de los Agustinos), llegó a tener fama en España y tuvo eco en un autosacramental escrito por Pedro Calderón de la Barca, esta huaca fue destruida y en su lugar se construyó un templo dedicado a una virgen, a la que llamaron “Virgen de Copacabana”, a la que los Agustinos iniciaron y obligaron a los naturales a rendir culto, adjudicándole además la autoría a uno de ellos, a Tito Yupanqui, con la intención de otorgar a la nueva imagen cierta legitimidad, hecho semejante ocurrió con la huaca Umantuu en Huaquina, Juli, en la que se instalaron los Dominicos y más tarde los Jesuitas. De tal modo que la iconografía de las mujeres peces halladas en las portadas de los templos son representaciones sutiles de estas deidades indígenas, las que más tarde fueron confundidas con las iconografías traídas por los europeos en sus equipajes de imaginarios ultramarinos e incluidos como imagen sacra por Churata en “El Pez de Oro”. ¿Cómo es posible que los pizarros hayan traído en su equipaje mental o cultural a estas sirenas y las hayan liberado en las puquiales de américa, para ser preñadas y devoradas por un Puma Thantoso, hokho, achachila, khala, khori puma? Para germinar a un Khori Challwa, un Pez de Oro nacido en el Titikaka bajo la mirada de Wirakocha en la maravillosa imaginería de Churata. Muchos años después, no se puede negar, que existe una subordinación estética en las diversas poéticas que se vienen desarrollando en nuestro país, de entre las que no por casualidad se note una estética hegemónica y varias subordinadas. De tal modo que pareciera que el peso de un molde haya irrumpido sobre los imaginarios de la gran variedad de creadores que el Perú acoge. No ocurre lo mismo en los espacios populares, en los que aún, luego de recepcionar violentamente los embates de los mecanismos de dominación siguen desarrollando expresiones con rica variedad. En tal sentido, son los creadores quienes son los más susceptibles de recibir los influjos dominantes o serían “quizá” presas de la violencia simbólica que hegemonizan los grupos de poder, que crean y recrean a la vez imaginarios dominantes y terminan imponiendo un canon externo, desapareciendo al canon del conflicto, la misma que predomina en sectores heterogéneos como en nuestras culturas, por su naturaleza mestizas, aún originarias en la “esperanza”. Todo viene con esa terrible carga llamada pluralidad de culturas (o estado multicultural), que intenta, sin éxito, crear una nación sólida espiritualmente y heterogénea al mismo tiempo. Para el caso de la literatura, se puede resumir en una postura ideológica que se expresa en estéticas expuestas tanto por Vargas Llosa y José María Arguedas, cuyas obras han servido para alimentar propuestas que de algún modo retraten la complejidad del Perú, aunque ese no sea el rol estético y social de la literatura funcional y didáctica, ya que bajo este criterio se considera que las Ciencias Sociales no han bastado para hacerlo y por lo mismo, se tiene la imperiosa necesidad de recurrir a la Literatura, en sus elementos fantásticos (un referente que marca el desarrollo y la evolución de los imaginarios no tan convencionales). En ese panorama la obra de Gamaliel Churata se halla adscrita al Canon del conflicto y por ello mismo ha permanecido subvalorada, incomprendida y hasta desdeñada, por su lógica híbrida predominante, ha permanecido inasible a los lectores sin competencia cultural e histórica. El Pez de Oro, la obra clave de Churata, aparece en 1957 (aunque su autor manifiesta un intento fallido de publicación en la década del 30); los ríos profundos, la novela más conflictiva de Arguedas data de 1958. Ambos mueren en 1969, el primero olvidado y el segundo de un disparo en la cien y tras algunos días de agonía. Arguedas fallece después de haber publicado muchas obras posteriores a los Ríos Profundos; Churata deja varios inéditos y textos dispersos que lo configuran en un escritor con alegorías a ese mito de Pandora y no deja de ser aún después de su muerte en un escritor promesa.

De tal modo que la obra churatiana recién empieza a ser estudiada en varias de sus complejidades, las mismas que no pueden ser comparadas con las que muestran las obras de Arguedas, ello sería iluso, ya que la obra de Churata “contiene” una recreación de su propia mitología, una autocatalepsis (debido a que Churata jamas se aleja de Puno, ni del Titikaka en toda su obra), la que se ha basado en una revisión e interpretación de toda la cosmogonía andina personal y hasta autogravitacional, casi autobiográfica, en la búsqueda de una construcción de realidades híbridas expuestas en su mímesis lingüística, en su recurrencia a la filosofía universal, a la problematización de lo heterogéneo (en el imaginario mitológico) y todo para crear una estética del conflicto, con varias racionalidades y lógicas cada vez más alternas que desequilibran los campos semánticos estrictamente personales y que quiebran las posibles realidades construidas por el lenguaje y los tropos epistemológicos occidentales, creando y recreando sucesivamente referentes mitológicos de su entera propiedad, los mismos que son basados en un acto de protesta hermeneútica como lo había señalado Michael Foucault, “silúrico” como el mismo Churata lo menciona. Por lo que, con todos los riesgos, el universo churatiano es mucho “más” complejo que el arguediano, no es una confesión literal, es una exploración argumentada a través de un “alfabeto incognosible” que conduce a una auto-hetero experiencia cognitiva y epistemológica. En “Resurrección de los muertos” Churata crea un escenario, un anfiteatro zoomórfico, simbólicamente “deidico” y con una escritura ideológica expresa, no oculta en ningún símbolo como lo hace en el “Pez de Oro” en donde Churata se refiere a Colón mencionando lo siguiente: “…si las aguas de la “mar océana” están en la tierra, en la tierra habitan, y la tierra en el cielo, decirle que vino de éste, revela sólo que los antropófagos de Kanidia eran cuando menos más reflexivos y observadores que el almirante ¡y este sublime iluso nos descubrió! Aunque la traposa verdad esté de su parte, la verdad no está de parte de Colón, si de los Kanidios (…) Allí, en las piedras nefitas, se dijo que un tal Cristóforo, o cosa así como Sejhesua en lengua hermética – sería descubierto al mundo, al mundo a causa de tal prodigio; que no es poco que un mundo saliese por un hombre. Se ve que el descubierto no puede ser el descubridor (…) y Martín Alonso, “pidiéndole albricias”, gritara al Almirante que “vido” tierra”. Y tierra no era: era EL PEZ DE ORO. Obviamente Sejhesua se refiere a ladrón de lo que produce la tierra, que es también símbolo y no solo riqueza material, sino cultura. Tiene razón Bosshard al manifestar que: “el lenguaje es la casa de nuestro ser” y también Cassirer cuando alude “somos lo que es nuestro lenguaje” o el mismo Witgenstein “el límite de nuestro conocimiento es el límite de nuestro lenguaje” y Churata hibridiza al lenguaje acaso con la intención de quebrar la lógica y la reflexión europea y al igual que esa aseveración, de lo real, es que todo poblador andino posee genéticamente una clara noción de lo que es su “ser” y de lo que representa su lenguaje, que también es pacha en todas sus dimensiones (ya que el lenguaje servirá para construir cosmos- mundo y tiempo y se regenerará en sus propios límites); pero, el pensamiento de Churata representa un mito que encierra “al mismo tiempo” a varios mitos, en donde el tiempo será inexistente en lo real (será por decirlo mera construcción del lenguaje) y es que por ello, la muerte no puede alcanzar a ese tiempo, porque solo es concepto y no vida, que a fuerza de haber incursionado en los textos sagrados en su niñez empieza, en plena juventud, a des-sacralizar sus esquemas culturales y a escribir su propia biblia (lo propone Valcarcel o almenos no lo explica, Aramayo lo manifiesta con mayores presupuestos; sin embargo qué es la “homilía” sino el génesis? ¿Qué es el pez de oro, pueblos de piedra, los versículos, los sacramentales y demás elementos sagrados híbridos con los cuales configura un sistema sacramental propio? ¿Es acaso un hereje? Toda lógica opuesta es hereje. Por eso quizá para Churata hay que tumbar la escuela y retirar todo pizarrismo como práctica y finalmente “la no existencia de la muerte”, es decir como todo lo que existe en nuestros universos conceptuales y que a diferencia de Kant postulara que no es el hombre quien posee las cualidades únicas de aprehender; entonces lo que existe, existe independientemente del hombre y es la naturaleza la que aprehende al hombre y eso en esta racionalidad no es posible (de ese modo los elementos del conocimiento: sujeto y objeto no se encuentran conceptuados bajo un mismo sistema racional; sino que más bien obedecen a una estructura distinta, obedecen a la estructura de la racionalidad andina). Por ello estos presupuestos rompen todo marco de racionalidad occidental, y logran crear un resquebrajamiento en los arquetipos usuales de comprensión y de apreciación interpretativa del mundo indígena (al menos en ojos mestizos y en lógicas similares).


Ante ello se plantea como tesis, que casi todas las alteraciones que se producen en el discurso de las vanguardias americanas en comparación con el de las europeas se deben a esos mundos indígenas incomprendidos e inaceptados. Por eso, en el caso de muchos vanguardistas americanos, nos encontramos ante una escritura con bastantes aspectos antropológicos, mitológicos y filosóficos que a menudo intentan validar imágenes de los indígenas (u originarios), abordando su condición disminuida de hombre; pero negándoles otras formas de racionalidad, de estética y hasta de reflexión, quitándole validez al simple paradigma/programa de la “deshumanización” porque los indígenas no son humanos, presupuesto que fue moneda corriente en la crítica cultural para caracterizar a las vanguardias. En ese sentido Churata desarrolla un debate con toda la tradición de la razón occidental y “re – funda” una crítica cultural con presupuestos de la génesis americana, a través del Siluro, el Puma, del Pez de Oro y de cada uno de los elementos simbólicos que recrea en su debate con occidente. Y habrá de referirse a la concepción de Churata del modo siguiente: “En el párrafo -La caverna-, del largo prefacio Homilía del Khori- Challwa, Churata invoca la parábola platónica de la caverna; para él, la caverna —o chinkhana en quechua— es conceptualizada como pars pro toto (tomar una parte del todo) de Pachamama; es decir, como metáfora del útero semántico en su función de instancia que genera la vida. Por eso, Churata polemiza: Entones la caverna del infinito no será el universo, ni el tiempo, ni la nada: será la vida, el ñuñu. ¿Entiendes, Platón? Sólo se puede ser en mónada. La propuesta platónica, que consiste en superar los fantasmas de la caverna a través de la filosofía para luego llegar al mundo de las ideas verdaderas, no es compartida por Churata que predica todo lo contrario: Vivir en caverna, en la caverna y para la caverna, con el infracturable destino de la unidad vital, que no es más que el gozo de la fertilidad. Y como no se puede estar vivo y muerto, ni estar en dos naturalezas, ni objetiva y simultáneamente, estar en dos sitios, hay que estar en tensión láctea, que el punto de la tensión es el punto de la caverna. Esto no será expuesto sólo en Homilía del Corí-Challwa, sino también con lo denominado como Pachamama: “estais de acuerdo ya que en que INTI descubrió el alma del descubridor? Banake en sus manos fue la constelació del oro, pero como Banaque estaba ene. Horizonte, el marino no llegó a atrapar a Banake, pero el horizonte le atrapó a él. Desde un perplejo presentimiento admitía cada vez más la certidumbre de que el mundo por el cual saliera sobre la mar viscosa, se hundía en su sensorio; y en cambio se internaba en espacio poblado de larvas y rumores, espectral, espeluncal. ¿Quién el dueño de esa cueva que abarca el universo? La cruz palpitaba en el zodíaco,y Alfa era un parpadeo del estupor. Pero, trescientos mil kilómetros astronómicos hacen un ¡tic! Suizo, en un ¡titac! Mosaico comprendió el descubridor que le asarían a la parrilla, si la pachamama, viniendo de millones de latidos, no le acorría. ¡Y como el sentimiento de hake ni la ahayu de la pachamama admiten los paralelajes (…)! Continúa más abajo: “Adelante con la Pachamama que está y no está en todos los sistemas del universo; y que si algo es necesario puntualizar es que está, y es la misma en el espacio finito y en el infinito (refiriéndose a otros seres manifiesta: ignoramos lo que de ella piensen los habitantes de otros planetas, pero sí estamos seguros que la dicen: ¡Mama! Y si los del nuestro lo saben aún, día les llegará de confesar que la pachamama es la madre del universo, no por sus cachorros, sino por ser madre en tiempo y en espacio, que espacio es y sólo ella secreta tiempo”. De ese modo, Churata se adelanta al tiempo en el que los paradigmas dejan de ser aceptados por convención y surge una revolución en la concepción de los elementos del conocimiento, por ello plantea del modo no intuitivo sino racional (la razón de la práctica, o la “lógica de la práctica”, la razón intuitiva o “la lógica de la intuición” expuesta por Pierre Bourdieu) que los objetos pueden también captar las propiedades del quien las toca y aquello que eternamente era piedra será ya no una piedra vacía sino que poseerá un ahayu, es decir un espíritu. conclusiones En tal sentido, no conviene especular que el Pez de Oro se constituya en “la biblia del indigenismo” en el sentido que le otorga Valcarcel; por el contrario, es la biblia cultural que un profeta mestizo escribió en un alfabeto incognoscible a la razón dominante y a la razón rampante, es un libro orgánico/puerta que decanta los mecanismos a través de lo que se busca debatir y rechazar muchas de las concepciones hegemónicas y colonizantes, empleando lógicas híbridas para construir referentes mitológicos propios y genealogías particulares de racionalidad a través del lenguaje y la experiencia personal de Churata.
(Conferencia en la Universidad de Pittsburgh, en noviembre del 2016).

Referencias Bibliográficas Básicas

PERALTA, Arturo. (Bajo el Pseudónimo de Gamaliel Churata): EL PEZ DE ORO, Editorial CANATA – la Paz – Cochabamba – 1957. (edic. Facsimilar UNA-Puno 2013)
_____________, 2º festival del libro puneño, en dos tomos – Puno – 1987.
_____________, AFA EDITORES – Lima – 2011. (al cuidado de José Luis Ayala)
_____________, CÁTEDRA – Barcelona – 2012. (al cuidado de Helena Usandizaga)
RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS, ANR – Lima - 2010 (Al cuidado de Riccardo Badini).
ANTOLOGÍA Y VALORACIÓN, Instituto de cultura puneña, Lima – 1971.
CONFERENCIAS, publicadas por José Luis Ayala y Riccardo Badini, En Edit. San Marcos – 2006.

Sobre Gamaliel Churata:

AGUILUZ IBARGUEN, Maya. ENCRUCIJADAS ESTÉTICO – POLÍTICAS EN EL ESPACIO ANDINO. Universidad Nacional Autónoma de México – 2009.
ARAMAYO CORDERO, Omar. EL PEZ DE ORO LA BIBLIA DEL INGENISMO. En mimeo para SINAMOS.14-09-1979.
CALLER, Sergio. ROSTROS Y RASTROS (un caminante cusqueño en el siglo xx). Fondo Editorial del Congreso del Perú – 2006.
CALSÍN ANCO, René. CHURATA PRFETA DEL ANDE, edición al cuidado de Omar Aramayo – 1999.
HUAMAN, Miguen Ángel. FRONTERAS DE LA ESCRITURA, Discurso y Utopía en Churata, EDIT. Horizonte.–1994.
MONASTERIOS, Elizabeth. VANGUARDIA PLEBEYA DEL TITICACA (Gamaliel Chuarata y otras beligerancias estéticas en los andes), UNA-P, 2015.
PANTIGOZO, Manuel. EL ULTRAORBICISMO EN EL PENSAMIENTO DE GAMALIEL CHURATA.
VICH, Cynthia. INDIGENISMO DE VANGUARDIA EN EL PERÚ (un estudio sobre el boletín titikaka) Pontificia Universidad Católica del Perú – 2000.
VILCHIS CEDILLO, Arturo. ARTURO PABLO PERALTA MIRANDA. TRAVESÍA DE UN ITINERANTE. América Nuestra – México – 2008.
ZEVALLOS AGUILAR, Ulises Juan. INDIGENISMO Y NACIÓN. BCRP – 2002

L'étincelle et la plume: Une poétique de l'entre-deux dans l'oeuvre de César Moro de Gaëlle Hourdin

La obra poética del peruano César Moro (1903-1956) se presenta bajo el signo de la contradicción: a pesar de ser muy reconocida en el ámbito literario latinoamericano, resulta poco publicada y estudiada. Tal ambivalencia se debería en parte al contraste existente entre una riqueza visual y sonora que seduce al lector y suscita la emoción poética, y el carácter muchas veces críptico de una red de imágenes que parecen negar el acceso a la significación.

¿Cómo, entonces, establecer un proceso de lectura cuando el texto mismo parece impedirlo? Si la poética moreana oscila entre ocultación del sentido e inmediatez sensorial, entre hermetismo y evidencia, se trata de elaborar un nuevo tipo de acercamiento a la obra en su materialidad, al privilegiar un análisis «micro-textual», -mediante el estudio de los numerosos juegos sonoros y de las repeticiones fonemáticas-, completada por una aproximación «macro-textual», -basada en la puesta en relación de los poemas y en la toma en cuenta de los diversos contextos de escritura. Se ve entonces cómo, tras la obsesión del deseo, se dibuja una serie de paisajes amorosos e intertextuales dentro de los cuales se sitúa y se configura el yo poético. Éste responde a sus interrogaciones identitarias y existenciales por la vía de la alteridad y de la evocación y la recreación de figuras del ser amado, como también por la apropiación de motivos y referentes procedentes de la tradición poética.

Los discursos amoroso y metapoético se juntan pues en la escritura de un ser habitado por las cuestiones del reconocimiento, de la memoria y de la muerte.

Gaëlle Hourdin es Doctora en Literatura Hispanoamericana, y trabaja en la Universidad de Toulouse 2-Le Mirail (Francia), donde da clases de lengua española, traducción y literatura hispanoamericana. Dedicó su tesis doctoral, bajo la dirección de Modesta Suárez, a la obra poética de César Moro y ha publicado varios artículos sobre la poesía moreana, entre los cuales destacan “El imaginario poético de César Moro: un espacio entre dos lenguas” y “L’à-côté, l’amer / la côte et la mer: quelle représentation de l’espace maritime liménien dans l’œuvre de César Moro?”.

Gaëlle Hourdin. L'étincelle et la plume: Une poétique de l'entre-deux dans l'oeuvre de César Moro. Presses Universitaires du Mirail, 2016. 367 pp.

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jueves, 14 de diciembre de 2017

¿POR QUÉ LEER A DANIEL MEDINA?, POR Adán Echeverría



“Por eso vamos / y aunque vamos tarde
estamos a nada /de cumplirnos.”
Daniel Medina

Desde que leyera “Mímesis para gusanos”, supe que estaba ante una voz poética que terminaría por interesarme. Esto en su momento se lo comenté a Daniel, vía correo electrónico, porque utilicé alguno de sus poemas para el Taller Literario que imparto en Ensenada. Y ha sido plausible ese reconocimiento cuando uno puede acceder, con el paso del tiempo a leer “Casa de las flores”, y ahora que me he topado con “Una extraña música”. Se trata de los primeros tres cuadernillos de poemas de Daniel Medina, que apenas han sido publicados (como prueba de esas injusticias editoriales de las instituciones públicas), de forma electrónica por editores que creen en su trabajo, pero que no tienen el recurso económico para imprimirlos en físico. Pero a la poesía de Daniel Medina eso le viene sobrando, le viene quedando guango, porque el que en verdad escribe, en verdad es leído por aquellos que saben apreciar la verdadera poesía.
Nacido en 1996, Daniel Medina Rosado, es una voz de interés para los que nos gusta leer poesía. Y sería trágico no poder darse cuenta de ello. Cada año surgen autores jóvenes con ese afán de ser el nuevo Rimbaud, y seguro estoy de que al principio eso no es culpa de los jóvenes escritores, sino de muchos talleristas-instructores que se la dan de faroles bautizando a los jóvenes escritores de esa forma (¡He creado monstruos!). Y así lo han hecho con alguna chica de Guadalajara, con un autor radicado en Campeche de origen veracruzano (quien gracias a Poe con el paso de los años fue quitándose esos epítetos), con muchos autores nacidos en la ciudad de México, o en la sufrida Monterrey. Repito: muchos talleristas, a lo Fombona –si es usted poco leído, revise el cuento “Obras completas” de Monterroso, para agarrar la cita-, que dan talleres como si tuvieran un coto de poder, o como ahora hemos visto (en este acosador final del 2017), para acosar alumnos y alumnas, prometiendo publicaciones a cambio de besos.
La literatura no es eso, señores. La poesía no es tampoco la acusación insana de Mafias acá y por ahí. Y tampoco lo es la normalización de ser jurados para premiar a nuestros amigos o amantes con premios y becas, o inclusiones en antologías que serán impresas con el dinero de papá gobierno. La literatura no es “Vamos a Hablar bien de tal autor porque tal autor me estará agradecido y así formaremos cofradías: hoy te premio a ti, mañana me premiarás a mí”. No es así.
A Daniel Medina no lo conozco en persona. Cuando yo aún vivía en Mérida jamás coincidí con él, y ahora que vivo en Ensenada, Baja California, tampoco he tenido la oportunidad de verle. Daniel Medina no ha sido mi alumno, ni ha participado en talleres míos. Incluso puedo reconocer que no alcanzo a ubicarlo en grupo alguno, de esos grupos que por muchos años, en Mérida, la de Yucatán, se las ha dado por pelearse por los presupuestos. No. Daniel Medina es alguien que escribe, que edita, y a quien leo desde la distancia. Lo incluí como parte de la antología Karst; porque lo fui leyendo y lo invité y él con amabilidad respondió enviando en tiempo y forma sus textos. Hubo autores de su edad, o un poco más grandes que él, que decidieron que no participarían.
¿Qué cosa nos une? Nos une la literatura: “¿Qué libros me recomiendas? Tal y tal. ¿Tienes a tal autor? ¿Has leído tal poema?” También los procesos de edición, las lecturas de columnas. De alguna bizarra forma me recuerda un poco a mí, solo que yo estudié biología y él ha elegido estudiar literatura, genial. Uno lee y escribe en la soledad, lee y escribe poemas, columnas, ensayos, opiniones sobre las lecturas y escritos de los otros. ¿Qué cosa nos separa? Dos décadas de edad. Muchas lecturas disímiles. Seguro estoy que no he leído muchos libros que Daniel ha leído y viceversa. Pero hay algo principal en todo esto, y se llama “El Respeto por el Poema, No por los Autores”. Esa es un poco la idea que me he formado a la distancia de él como lector. Y puedo estar totalmente errado. Al final puedo asegurar que No somos amigos.
En dos años de saber de su existencia en el arte literario, quizá hemos intercambiado cuatro o cinco veces comentarios, pero sobre todo libros, ensayos. Me ha publicado algún texto en su revista “Bistro”. Él jamás ha enviado nada a publicarse en “delatripa”, por ejemplo. Desde su editorial me ha publicado la reedición electrónica de “Perseguir el mito”, y en la Catarsis Literaria El Drenaje, yo no le he publicado su obra, a no ser aquellos poemas en la antología Karst, junto a otros veinte autores de la Península de Yucatán.
Hecho este preámbulo que considero necesario para que los necios no confundan amistad con crítica, paso a hablar de lo que he podido encontrar en sus poemas. Vayamos desde el principio. Revisemos y analicemos “Mímesis para gusanos”, el que pudiera ser su trabajo inaugural; y digo “pudiera” dado que el cuadernillo circula en la red y no ha circulado en físico, como debiera ser con tan buen material.
Muchas veces me he dado cuenta de cómo las parejas que en verdad van creciendo en una relación acaban mimetizándose. Y este ideal de “mímesis” que el autor plasma en sus primeros poemas acaba evidenciando esa capacidad sintética de equiparar el arte de la poesía, las sensaciones y emociones latentes en el ser humano, pensándolos para los gusanos, mimetizando a los hablantes líricos en esa gusanera que es la emoción más allá de la tierra. Estos ojos que se comerán los gusanos. Esos gusanos devorándose las frutas caídas, esos gusanos en estómagos causando enfermedad, los gusanos de la pudrición, que no son otra cosa igual que los gusanos de la reconstrucción: Para vivir hay que morir primero, se lee en uno de aquellos textos dictados por el ángel de los tiempos.
Medina demuestra que sabe leer, que sabe imitar, que sabe asimilar conceptos, y entonces construye. Todo en esta su primera obra se nota pensado y eso se agradece. Desde su ‘Poética’, el poema con el que abre el cuadernillo. Se trata de cuatro estrofas de tres versos cada uno, en el que la palabra, los signos que la construyen van cambiando, van mutando. Se empieza con “agua” y se termina con “motosierras”. El autor sabe muy bien realizar el cambio en el peso de sus palabras, para causar el efecto en el lector: “Hay torbellinos y estridencias / casas de vértigos sin ojos / corazones parlantes. // Y hay también poetas / que escriben sin manos / sobre motosierras.”
Lea usted esa nostalgia del poeta que recuerda con ternura a las motosierras, y escribe sobre ellas; esos poetas sin manos que lamentan la pérdida de los miembros, pero que al mismo tiempo escriben sobre aquello que les ha causado el daño, aquello que les ha privado de uno de los elementos más importantes del escritor mismo: las manos para escribir, las manos para teclear, las manos para tocar a la persona amada, para meterlas en el sexo, para sentir. Y sin embargo, recuerde usted que la Palabra es Oralidad, que las palabras se escriben pero nacieron para ser escuchadas, entonces aquel poeta sin manos, puede mantener su arte a pesar de la pérdida: y eso queda claro en la Poética del autor. Lo mismo ocurre con aquellas ‘casas de vértigos’ a las que el autor ha privado de los ojos; ¿cómo pueden sufrir vértigo si no alcanzan a mirar las alturas? Medina sabe e intuye la sensación del poema, la sensación que está provocando en el lector que puede aspirar a entender, que sabe sentir y medir el peso de las palabras que forman el texto.
Esa imitación de ser gusanos en la que los lectores y el autor buscarán desenvolver el sentido del poemario, es explicable con los poemas que continúan. Ahí están los ‘mandamientos’, se encuentra ‘el cielo’ cristiano, budista, islamita, judío, que es rechazado, porque el verdadero cielo del autor –ese paraíso- es tan solo la poesía, el arte poético, la lectura del poema, la búsqueda de otras voces. Ahí en aquel cielo el autor ha situado a sus héroes y aquel ‘santoral” para guardar las fiestas, que es cada poemario en el que buscará el perdón, la calma, la gloria, el amor, la moral poética, si alguna cosa así es posible, pero ahí la sitúa el autor. Una construcción, babel de versos, la llamada al profeta como creador, para establecerse como el enviado, el que viene a cantar los versos nuevos, aquel lenguaje de ese dios, que habita en la Poesía Universal, que reúne todos los poemas como El Gran Poema. Que sitúa incluso con temor de ese infierno, de útopicas flamas capaces de destruir el papel, pero no la Voz.
En ese universo la Sangre es una mala traducción del Vino. Y uno puede darse cuenta junto con Medina que aquello en verdad es algo que podemos reconocer real. La mutabilidad de las cosas, de las ideas, en sus pormenores físicos. El mismo tema, el mismo juego que es invocado de nuevo con inteligencia. He ahí el cómo se puede construir el poemario todo. Y así poema a poema uno avanza hasta llegar al hermoso poema: “Cinco formas de encontrar a Dios”. El poeta-profeta apuntala el mundo que construye, lo fortalece desde los versos que lanza en este poema: “a Dios le gusta aparecerse // en forma de árbol histérico”. Un dios hecho hembra. Recuerde usted querido lector, que histeria viene de útero, y las mujeres son quienes poseen ese órgano, no los hombres. Un árbol histérico no es más que la destrucción del falocentrismo en una sola imagen. Un dios histérico, la dualidad sexual, la dualidad psicológica, un dios bipolar, que es dios pero que anda histérico, cuyo tronco-falo es un útero. Pero el verbo es interesante Porque No es sino que le Gusta Aparecerse. ¡¡¡Hermoso!!!
Es notorio como Medina va modificando la idea fija de aquel Dios “judeocristianoislamita”, haciéndolo un tipo paria, un violentísimo asesino, un tío seductor, una rémora, un parásito berrinchudo: “¡Pobre Dios / sólo quiere que lo ame!”; “Era un dios mudo y tonto / que tan sólo es capaz de escuchar.” Recuerde usted querido lector, que como dijera Max Stirner: “Dios es tan egoísta que se regocija de que se le adore”.
La violencia de nuestra actualidad mundial queda reflejada en este primer trabajo de Medina. La idea del terror asesino del hombre contra los gobiernos, las religiones de los otros. El odio de siempre por el otro queda atrapado en esta entrega: Tengo dos poetas muertos en la bolsa / y un montón de arañas explosivas.” “Los poetas vivos / no sirven para nada”. Y esto es dar el reconocimiento enorme a la tradición, al canon poético, y no tan sólo quedarse con los autores de tu tiempo. Ser un ávido lector es aquello que se nota en el trabajo de Daniel Medina. Es algo que se aprecia y se agradece.
Todo poeta es un profeta, como Elías, Eliseo, Isaías, Jonás, Jesús, Ezequiel, Daniel, y Mahoma; y Dylan Thomas, Whitman, Lihn, de Rocka, Paz, Molina, Arteche, y tantos otros que nos ha dado la gloria de la reencarnación, de la resurrección, y de la iluminación misma, que nos han dejado en su palabra para reflexionar y ser sentida. Todo poeta es un profeta, estamos ahí para que aquel ángel que trae la palabra en la punta de los labios, nos sople en los ojos, las orejas, ponga un pedazo de carbón encendido en nuestra lengua, y nos volvamos artífices, conductos para el flujo de las ideas. Eso es algo que uno puede prever en algunos de los textos de esta “Mímesis para gusanos”. Ese gusano en el que nos hemos convertido, parásitos de nosotros mismos; y el poeta ahí queda, revolcándose en esa gusanera, gusanera y tobogán para subir y bajar de aquellos cielos e infiernos que son el mundo, aquelarre mundo, en que nos situamos a cada tiempo.
En esta primera entrega, Daniel nos regala otra joyita poética que ha nombrado “Breve estudio sobre un poema dañado”, que contiene tres fragmentos cargados de poesía, que golpean la mirada y hacen reflexionar sobre la intención poética que es lanzada y que ahí permea en nuestro inconsciente: ¿qué es el poema? Nos preguntamos siempre, y Daniel Medina ha intentado contestarse, contestarle a la tradición. Para que el poema sea consuelo, y medicina, y halago, y supositorio, y lavativa, y parche en el ojo, y yeso para las rupturas del tedio, y el poema queda ahí, para que nosotros, los lectores, hagamos con él lo que queramos, porque el poema es capaz de amoldarse al molde del intelecto que nos acompaña a donde vayamos viviendo.
El segundo cuadernillo fue editado y liberado en línea por la editora-poeta Nadia Contreras, desde su sello Bitácora de Vuelos. Es un trabajo de 30 páginas. Se ve muy lindo, pero uno avanza las primeras 13 páginas y aún no ha entrado a los poemas. Detalles de la edición en línea, en PDF; si no lo pretendo imprimir, entonces vamos al grano, para qué las hojas blancas, para qué retardar tanto la entrada, corremos el riesgo de que el lector diga: ¡Basta, demasiado rollo y aún no encuentro el primer poema! La edición menciona a quienes fueron los que dictaminaron su publicación, y me parece pertinente mencionarlo: Marisol Vera Guerra, José Barcio y la misma Nadia Contreras; porque ello habla de asumir el riesgo de publicar. ¡¡Excelente por aportar por Daniel!! Creo que es innecesario tanto preámbulo editorial antes de los poemas, incluso me pareció excesivo.
Y es que el primer poema lo encuentra uno hasta la página 15, y seguirá habiendo poesía hasta la página 26 del cuadernillo. De esta forma tenemos 11 páginas de poesía, en un cuadernillo de 30 páginas. El poemario “Casa de las flores”, se vuelve el texto –de estos primeros tres cuadernillos de Daniel Medina- de menos valor como objeto poético y esto es por culpa del Amor-Meloso en que el poeta descubre sus intenciones. Es un texto tierno, en el que el poeta le habla a la amada Mariana, y al amor que puede desatar la creación poética. Sin llegar a ser cursi, por momentos pudiera parecer un atado de cartas de amor, un conjunto de textos que tienen la finalidad de llegar a un destinatario, pero ese destinatario tiene apenas nombre en la cercanía del autor y no en la universalidad, por lo cual es apenas una mirada a su interior, que no reporta más trabajo poético. Y sin embargo en sus versos habita la poesía a fragmentos: “Todo lo que habita el mundo fue primero una flor sin sombra en el arroyo”, pero la misma no se sostiene aunque no por ello no tenga algo de belleza: “años atrás / pronunciaba tu nombre sin saberlo”. Uno lee lo anterior y le viene a la mente esa genial pregunta filosófica: ¿Y?
“Cóncava es la hora del reloj en que me aguardas” dice Daniel Medina, casi como un verso de “El Rey Azul”, cantado por el romanticismo pop de los años setenta, en la voz de Emmanuel: “el silencio sabe a estrellas / las estrellas a reloj”. Si eres un lector romántico, tal vez disfrutes el texto de Daniel Medina de nombre “Casa de las flores”, que no es malo solo tierno: “La luz es un poema en que todo cabe”, dice el poeta. Pero en este caso la fuerza poética no se compara al poderoso texto con que inauguro su obra.
Ahora hablemos de su tercer trabajo: “Una extraña música”, el cual resultó ganador del Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017, y que ve la luz publicado en edición bilingüe: español/inglés, por el editor Jack Little en The Ofi Press, como el cuadernillo número 6 de la colección The Mexican Poetry Series bajo el título “Una música extraña / A strange music”, traducción al inglés realizada por Don Cellini. Son 34 páginas en PDF (incluidos forros y páginas legales). Los poemas pueden leerse de la página 7 hasta la página 32. El poema esta dividido en varios poemas y son entrelazados como una intervención de fragmentos de “Piedra de sol” de Octavio Paz, uno de los cuatro poemas cumbre de la poesía mexicana. De nuevo Medina da muestras de su hábito lector. Pero también queda la sensación de la búsqueda de la voz, de la búsqueda del lenguaje universal, tal como se buscara en alguna época la “Utopía” de Tomás Moro, o El Dorado, Medina intenta buscar Esperanto, para indicar un sitio, un lugar, una tierra, y no aquel lenguaje universal que se propusiera en la Edad Media: “Y por eso y un montón de velas y campanas / me dirijo hacia Esperanto. // Me dirijo ahí como quien lo ha visto todo / y sin embargo es un vacío.” ¿Qué cosa es un vacío? ¿Todo? Ese mirar hacia el vacío de todo poeta capaz de la observación insana, inclusive. El poder mirar y mirar hacia un mismo punto, el poder de indagar siempre. Con esta imagen Medina evidencia el Trabajo del Poeta, la observación precisa, premeditada, decidida de todo poeta en el mundo, en los demás, que ha hecho escribe a Heberto Padilla aquel grandioso poema “Fuera de juego”: ¡Al poeta despídanlo! / Ése no tiene aquí nada que hacer.
Esperanto como un sitio en el mapa, como aquel lugar hacia donde ir, a donde esconderse cuando los poetas sean expulsados de la sociedad, cuando sean expulsados de la República. Porque: “cuando uno viaja tan lejos y tan solo / va siempre a la deriva”. Ya lo hemos visto tantas veces en la literatura universal, ese viaje que todo personaje hace, esos regresos del viaje: “He vivido poco / me he cansado mucho”, decía José Santos Chocano. Horacio Quiroga nos hace viajar en esos sus “Buques suicidantes”, Kafka nos lleva hasta aquella puerta vigilada por El Guardian, asistimos con Nicanor Parra al camino de vuelta a la casa. Sí, el poeta va siempre a la deriva cuando viaja solo. Y de alguna forma vemos de nuevo un pequeño apunte del “Casa de las flores”, donde el poeta había encontrado con quién viajar, a la compañera de viaje, y hoy le cuenta y nos cuenta que se viaja solo, y que al viajar solo se viaja a la deriva. Siendo entonces una voz que pide compañía.
El viaje del hablante lírico nos invita a la reflexión sobre la palabra que es todo viaje en ella, en el conocimiento de los otros mundos que son todos los escritores, todos los poetas, todos los que son capaces de la creación:
“En ocasiones, siento una cercanía extraña / con ese lugar de la tierra, /con ese lugar de ventanillas oscuras y palabras, /palabras /que con una suerte de música novedosa /son capaces de aportar algo a la nada que día a día /cantamos. // Que vamos cantando y repitiendo /solamente.”
Y entonces Esperanto es marcado por Daniel Medina como ese lugar a donde confluir, un sitio que se vuelve refugio de la voz, pero igual universo, se vuelve pradera, ciudad, puerto donde avituallar el barco, se vuelve el lugar de donde se parte hacia todas las islas que somos los poetas (si recordamos a Sabines). Y es por todo lo anterior, y por más –tendrás que acercarte a leer estos tres trabajos y hacerte tu propia idea- que yo te invito a leer la poesía de Daniel Medina.

Leer “Una extraña música” de Daniel Medina 
Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017

domingo, 10 de diciembre de 2017

Eduardo Dalter: “Allen Ginsberg me enviaba saludos afectuosos para Raquel Jodorowsky”. Entrevista realizada por Rolando Revagliatti


Eduardo Dalter nació el 6 de febrero de 1947 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es poeta, investigador cultural, difusor de la poesía latinoamericana. Colaboró en las revistas culturales “Crisis” de Buenos Aires, “Shantih Magazine” de Nueva York, “Casa de las Américas” de La Habana, “Revista Nacional de Cultura” de Caracas, “Alero” de la Universidad de Guatemala, entre otras. Durante los años de la última dictadura militar de su país vivió en el Oriente venezolano y en la ciudad de Maracaibo. Dio conferencias y participó de encuentros internacionales (por ejemplo, en el Ginsberg Tribute, en el Central Park, Nueva York, en la Feira do Livro, en Brasilia, y en el 25º Festival Internacional de Poesía de Medellín). En el lapso 1994-2002 dirigió la revista de poesía latinoamericana “Cuaderno Carmín”. Durante el bienio 2004-2005 diseñó y dictó los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Algunos de sus poemarios: “Aviso de empleo”, 1971; “Las espinas del pescado”, 1973; “En las señales terrestres”, 1975; “En la medida de tus fuerzas”, Ediciones Cantaclaro, Maracaibo, 1982; “Versus” (1971-1984), incluye “Estos vientos”, 1984; “Silbos”, 1986; “Hojas de sábila”, 1992; “Aguas vivas”, 1993; “Las costas del golfo”, Ediciones Mucuglifo, CONAC, Mérida, 1995 (el autor residió en Güiria, poblado costero venezolano, durante 1977 y 1978 y a esa experiencia corresponden los textos); “Mareas”, 1997; “N. Y. Postales para enviar a los amigos”, 1999; “Almendro de naufragio”, 2000; “Bocas baldías”, 2001; “Marcha de los desocupados”, 2002; “El mercado de la muerte”, 2004; “Macuro”, 2005; “Hojas de ruta” (1984-2004), 2005; “Canciones olvidadas”, Editorial Recovecos, Córdoba, Argentina, 2006; “7 poemas”, 2007; “Cuatro momentos”, 2009; “Dos cigarrillos para Eliot”, 2015. Y en soporte digital: “18 poemas”, 2015, y “21 poemas – La hora de los zorros”, 2016. En prosa (estudios, antologías): “El periódico Alberdi y sus poetas”, 2000; “Historias, personajes y leyendas de Villa Luzuriaga”, 2011; “Harlem: los blues de la historia” (Un siglo de poesía), Editorial Leviatán, 2014; “Viento Caribe” (Poesía de Guadalupe, Guayana, Martinica y Haití; selección e investigación en coautoría con María Renata Segura), Editorial Leviatán, 2014.


          1 — ¿Nos proporcionarías una semblanza de tu niñez? ¿Y cómo recordás tu adolescencia y tus lecturas y preferencias de entonces?

          ED — No puedo saber si mi mirada de hoy, si mi registro actual, tendrán alguna cercanía con lo vivido aquellos años y con su gente. Pasó tanto tiempo, tanto humo, pasaron tantas luces y sombras, que hoy más bien todo me parece una leyenda que leí en alguna revista o algo así. Recuerdo sí que estaba algo preocupado; el mundo de los mayores me inquietaba. Había días en que mis preguntas crecían como árboles o como enredaderas. Los argumentos y lo contradictorio de los hechos no me brindaban mucha garantía, a pesar de la buena voluntad y generosidad de la gente mayor que me quería y me cuidaba. Lo que fue creciendo sobre terreno firme es el diálogo con mi madre, que fue lo más cierto que conocí durante esos años, que, como te dije, hoy se me presentan como secuencias entrecortadas de leyendas. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, yo en mi adolescencia no leía y detestaba la lectura. Es que en la experiencia vivida en la escuela primaria y en la secundaria, la literatura y la poesía se sufrían como momentos de tortura; como para que a nadie se le ocurra en el futuro leer libros. Nos hacían estudiar, recuerdo, versos berretas y almidonados de memoria para todo el fin de semana. Y en la secundaria, nos tuvieron encerrados en la narrativa del asturiano Palacio Valdés, que no había quien no saliera con la cabeza acalambrada. Yo descubrí la poesía, la literatura, la filosofía, ya algo grande, a los 19 años. Y entonces, al advertir la profundidad, la humanidad, de todas esas páginas, entendí también el carácter represivo y restrictivo de la educación primaria y secundaria. Así, de joven yo no escribía; iba a Bellas Artes, como búsqueda de expresión y de libertad, prestaba atención a los maestros, y pintaba… Y además viajaba mucho.


          2 — El poeta veinteañero de “Aviso de empleo”, ¿a qué se asomaba con su poética?, ¿qué vislumbraba? ¿A quiénes fuiste conociendo? ¿Habías ya publicado en diarios y revistas, o comenzó a suceder después de la aparición de tu poemario inicial?


          ED — Antes de publicar mi cuaderno de poemas “Aviso de empleo”, que fue unos años después de haber abandonado los pinceles y los blocks de dibujo como ejercicio diario, yo difundía mis poemas en el periódico “Lar”, de Crespo (provincia de Entre Ríos), y en el periódico “Alberdi”, de Vedia (provincia de Buenos Aires). A mí me sorprendía por esos años la poca seriedad, la poca inteligencia, con que se administraba el mundo; un mundo, que ante mis ojos, se me figuraba medio ciego y medio loco. Yo tenía muy presente ese fragmento del poeta Kenneth Patchen, que dice: “de vosotros es la salud del cerdo que devora las raíces de la parra que lo alimenta…”, poeta que además estaba entre mis preferidos, y hoy también lo está. A mí me dolía mucho que las autoridades y el poder mismo fueran tan obtusos en la relación con los jóvenes. Había, todos recordarán, discursos de ministros y de gobernadores, realmente, al día de hoy, profundamente impresentables. Yo crecí en esa década previa al terrorismo de Estado, que por esos años ya existía aunque sólo mayormente en su instancia verbal. Todo eso me producía una gran tensión, que inclusive, pienso hoy, me estremecía y bloqueaba en mis estudios y en mis observaciones. Quienes me aportaron mucho por entonces, en ese desmalezamiento necesario para poder ver el bosque, fueron Jean-Paul Sartre y Federico Engels, además de otras lecturas de Hegel y de escritos varios acerca de la realidad política y cultural latinoamericana. Yo sentía que el drama del hombre no sólo era político, sino profundamente cultural, y ahí sí me encontré con un verdadero paredón. Había algunos jóvenes militantes, y no tan jóvenes, que me decían: “Dejá de leer a Hegel; esas son veleidades burguesas”, o cosas por el estilo. Pero como yo de burgués nunca tuve nada, ni por ascendencia ni por barrio, seguía con mis lecturas, aunque con esa espinita odiosa que siempre deja todo desentendimiento o toda brecha. En cuanto a la política y a la historia nacional, yo me encontraba muy cómodo leyendo a Scalabrini Ortiz. También me encontraba bien leyendo al chileno Pablo de Rokha y al mexicano Efraín Huerta. A César Vallejo lo descubrí después, y luego de varias lecturas. Habrán pasado unos dos o tres años cuando comencé a cartearme con unos pocos poetas de Nueva York y de San Francisco, sobre todo con Lawrence Ferlinghetti, quien me enviaba sus paquetes con libros, e inclusive algunos de mis poemas traducidos y publicados en revistas. Es en ese tiempo también en que con Jorge Isaías y los poetas de la revista “La Cachimba”, de Rosario, comenzamos una relación muy entusiasta y fructífera. Ellos estaban siempre pendientes, siempre motivados, y además eran aplicados y apasionados lectores. Habría más, seguramente mucho más, pero como respuesta a tu pregunta, lo más importante estaba, o está, en estos términos. Leía y estudiaba mucho, y, por cierto, rompía muchas cuartillas de poemas que no había conseguido terminar de escribir.


3 — “Las espinas del pescado” y “En las señales terrestres” también se editaron durante los primeros años de los setenta. Recién en el ‘82 aparecería “En la medida de tus fuerzas”. ¿Cómo transitaste aquel período?

          ED — Fueron años mayores, por decirlo de alguna forma, y que, como grandes oleajes, me estremecían los huesos y arremolinaban. Había mucho frenesí por esos años; mucho idealismo; abnegación; y una pizca siempre presente y cruzada de locura. Mucha soledad también en cada uno. Hoy siento que estaba cociéndose un plato, en el mejor de los casos, de muy dificultosa digestión; siento que la historia requiere de calma y de un pulso bien probado. El ímpetu es el primer plato que la historia se devora. Mirando en proyección el momento, siento que se hizo trizas una historia que ya estaba en cauce desde el fusilamiento de Dorrego; una historia que habría de coronarse de laureles en ese genocidio llamado “conquista del desierto”, que nunca se revisó y que inclusive se enseñaba a la ligera en las escuelas. Además, si comparamos unas y otras páginas, vamos a poder observar la profunda familiaridad entre los generales ascendidos de esa “conquista” y los generales hoy presos del “proceso”. Un país había cambiado entre una acción y otra, entre una barbaridad y otra, que a los generales evidentemente sorprendió. Hubo una historia, aún no revisada de modo adecuado, que fue indecorosa. Por estos años, por dar un solo ejemplo, sería imposible estudiar en el aula los discursos de Julio A. Roca; y viniendo un poco más acá, los discursos de los presidentes Juárez Celman y Manuel Quintana, por dar sólo dos nombres. La caída del “proceso” significó también la caída de una forma histórica de hacer política y de administrar el país en la Argentina. Haber vivido esos años y poder después contarlo, es un lujo de la sangre, que es un lujo del dolor y la memoria. Pero ahora el atroz libreto marketinero está desencajando todo; y esto lo digo naturalmente desde la perspectiva de la necesidad de un país maduro, entendible (para nosotros, quiero decir) y soberano, sin implosiones diarias de exclusión y de miseria. Hay que aprender, siento, de las quebraduras, para pensar y equilibrar un poco en serio. Pero retornando a tu pregunta: el lapso al que te referís pasó, hora a hora, por esa historia, que me tuvo siete años pensando mucho y escribiendo poco, mientras iba digiriendo la barbarie, que me sorprendía cada día. Hasta que entre 1981 y 1982 escribí en Maracaibo un librito de treinta y cinco poemas breves, donde más o menos trataba de afirmar algunos lugarcitos sobre los cuales poder pararme, respirar y caminar.


4 — Ya de vuelta en nuestro país después de tu exilio en Venezuela apareció “Versus”, volumen que se conforma con una selección de tu trabajo poético hasta entonces publicado, más “Cuaderno flor” (1982-1983) y “Estos vientos” (1984). Y a fines de 1983 recibiste el Premio Ko’eyú Latinoamericano, en poesía. Sería interesante que nos des un pantallazo del quehacer de los poetas de aquella Venezuela, y con quiénes creaste lazos.

          ED — Fueron años para mí muy intensos, de descubrimientos diarios; otra cultura, otros rostros, otros paisajes. El Caribe poco tiene que ver con los aires del Río de la Plata. También fue un tiempo de aprendizajes, en primer lugar de la lengua. Tanto Venezuela como la Argentina son países, lo sabemos, que hablan español, pero en el uso diario son españoles diferentes. Además, en los pequeños pueblos venezolanos circulan corrientemente muchos términos del español antiguo, que yo en un primer momento creí que eran expresiones propias de esos lugares. En un principio viví en una aldea costera de cultivadores de piña y de cacao y de pescadores, frente a Trinidad y Tobago, islas donde los lugareños iban a menudo en pequeñas embarcaciones. Una zona determinada culturalmente por el calipso y por ritmos y costumbres que obran como una suerte de religión. Así, el baile es una cuestión de todos los días, y a veces de cada momento. Por ahí, el que no baila no vive del todo. Para mí todo eso, esos aires, fueron una especie de tsunami cultural que me envolvió y me arrojó a alguna parte. Un vendaval poético de primera y segunda agua. No hacía falta leer poemas, porque la poesía estaba ahí en estado de ebullición. De más está decir que durante ese año y medio no escribí ni un solo verso. Por las noches, recuerdo, escuchaba el mar mientras cenaba en el patio de la casa donde vivía, y en la madrugada lo escuchaba resoplar o bramar desde la cama. Como literatura, en el pequeño puerto, escuché muchas historias de la mar y de los marinos, que las iban diciendo en ronda, entre ron y ron y entre cigarro y cigarro. Existe en el aire de los pobladores del golfo, muy arraigada, una literatura oral por demás apasionante. Yo antes de arribar a Venezuela escribía, a través de envíos constantes desde Buenos Aires, en varias publicaciones caraqueñas. Pero durante el lapso que anduve por el golfo, nada envié, excepto saludos y buenas noticias. Pero además de eso, de esa nueva vida, sabía bien lo que seguía sucediendo en la Argentina, porque sabía muy bien de la Argentina de comienzos de 1977 que yo había dejado. Fue extremadamente duro ese contraste, sobre todo porque había partido con todo el deseo de regresar apenas se pudiera. Fue un año y medio, como te dije, en Güiria, en el caliente golfo, tan lejano, inclusive de Caracas, que bulle en toda la gente otra dimensión de tiempo. Ahí no existían las bocinas, los televisores ni las ventanas de vidrio, y, además, en la única librería de la aldea, la gente compraba el diario de acuerdo a las noticias que traía, nada importaba de qué día fuera la edición. Había en exhibición periódicos de todo el mes e inclusive de meses anteriores. “Lo que uno bebe, lo que uno vive, es lo que vale”, escuché decir más de una vez. Y a mediados de 1978 partí para Maracaibo, una ciudad grande, acaso más populosa que Rosario, y lejanos quedaron aquellos días, donde más de una vez vi cómo las iguanas cruzaban la calle. En esa zona de Venezuela, que todos llaman Oriente, conocí la poesía de un poeta de notable porte, Eduardo Sifontes, que había fallecido unos pocos años antes de mi llegada; él era natural de una pequeña ciudad vecina de Puerto La Cruz. En Maracaibo surgió otra vida, como la que se hace en toda ciudad; aunque Maracaibo es una urbe muy singular y, seguramente por sus extremos calores, siempre febril. En cuanto a poesía, Maracaibo tiene una historia interesante, con vibrantes poetas y destacados críticos. Por esos días leí un poemario local muy fervoroso y abierto, “Date por muerto que sois un hombre perdido”, de Blas Peroso Naveda, de quien a los pocos meses me hice muy amigo. Un poeta que hoy es parte tangible de la historia poética y cultural de esa ciudad. En esos años, principio de los ‘80, entre mis lecturas de los discursos de Simón Bolívar, y de las noticias duras provenientes de nuestro país, cayeron a mis manos dos poemarios, “Costumbre de sequía” y “Resolana”, del caroreño Luis Alberto Crespo, de profunda vivencialidad, que hasta el día de hoy acostumbro releer. Además de todo eso, mi soledad, que en todo momento me acompañó, inclusive en los momentos de mayor alegría, siento que, entre todas estas palabras, es algo para subrayar.

5 — ¿Cómo fue resultando tu reinserción en nuestras latitudes? ¿Cómo comenzaste a organizar lecturas de poetas, siempre atento a los hacedores de las provincias? Sos alguien que destaca entre los que saben leer en público su propia poesía. Compartamos tus reflexiones sobre los que logran una marca de oralidad en sus lecturas.

          ED — Ahí sí, la cuestión fue más dura todavía. Creo que tardé dos años en aclimatarme al Buenos Aires post dictadura. Mi desolación se podía tocar, o pesar en una balanza, más o menos. Me estremecía esa Argentina de 1984, donde cada día aparecía un cementerio clandestino diferente, para la sorpresa o aparente sorpresa de todos. Y me sorprendía lo que hablaba la gente, inclusive sus niveles de inocencia política y sus delirios optimistas. Esa Argentina, quiero decir, donde también iba teniendo autopista esa aplastante teoría de los dos demonios. Y es así que, en 1985 comienzo a escribir, con esos tonos y esa infinidad de preguntas y de soledades, los poemas de mi libro “Silbos”, que concluyo hacia mediados del año siguiente, acaso en sus trasfondos con algunas leves cadencias tangueras, que me inspiraba el barrio en que por entonces vivía, hacia el fondo de la Avenida La Plata y en cercanía de la Avenida Cruz, en Pompeya, y donde existía el hueco tangible de tantos jóvenes vecinos desaparecidos. Lo de las lecturas con público, a las que te referís, fue a partir de la década siguiente, e implicaron más de una decena de encuentros, casi todos en la sala de la mutual de los artistas plásticos. Pero desde siempre me atrajeron las obras de los poetas de algunas provincias, comenzando por Santa Fe, que incluye naturalmente a Rosario, por irradiar una vitalidad y una diversidad enriquecedoras, también para Buenos Aires, que obra a menudo como la gran urbe proveedora y administradora, algunas veces de modo ligero y otras de modo forzado. La poesía del país, y en su gran amplitud, siempre entendí, es una y se vive y escribe en todas las provincias. De cualquier forma, todas establecen y afirman un círculo, dentro de un círculo aún mayor, que es la poesía de todo el continente, con su Neruda y su Vallejo, y hasta estos años, donde podemos recordar y releer los versos maravillosos del cubano Fayad Jamís, de la jamaiquina Lorna Goodison, y del limeño Antonio Cisneros, entre otros. Acerca de las lecturas en público, o de las lecturas a solas, supongamos, y regresando a lo que habíamos comenzado a decir, ahí es oportuno tocar la médula de la cuestión, que es vérselas con esos silencios interiores, esos espacios, esas soledades, mientras vamos respirando y rezumando, con todo lo que de composición musical pueda tener y con todo lo que de ritual mayor pueda sustentar. En esos silabeos, ya en lo muy personal, siempre pretendo llegar a ese momento, a ese punto original de creación…


          6 — ¿Y “Cuaderno Carmín”?

          ED — Fueron ocho años de poesía, de aventuras y de intercambios, que se fueron volcando en 18 ediciones. La libertad presidió cada una de sus apariciones, el amor, la poesía de siempre y los encuentros, desde 1994 hasta 2002, en un momento en que el burdo neoliberalismo hacía sus estragos, sobre todo en la Argentina. Muy importantes poetas del país y del continente se fueron acercando para saludar sus páginas: Raquel Jodorowsky, desde Lima; Víctor Casaus, desde La Habana; Allen Ginsberg, desde Nueva York; Lubio Cardozo y tantos otros, desde Mérida; Joanyr de Oliveira y Ronaldo Cagiano, desde Brasilia; Beatriz Vallejos, desde Santa Fe; Jorge Isaías, desde Rosario, quienes fueron colaborando en varias apariciones, que estuvieron a disposición de los lectores en más de veinte librerías y en numerosas bibliotecas de todo el continente. Ah, y casi olvido: los poetas del Harlem, con sus poemas memorables y su historia, se hicieron presentes en sus páginas, desde el recordado Langston Hughes hasta Amiri Baraka. A propósito, yo escribí un ensayito que incluyó la revista “Juglaría”, de Rosario, en su número 13, del año 2006, donde trato de espigar los momentos diversos y las constantes de esa experiencia.


          7 — En 2000 homenajeaste a través de tu artículo “El periódico Alberdi y sus poetas” (y en 2001 en el Café de las Madres “Osvaldo Bayer”), al, para muchos de nosotros, inolvidable periódico “Alberdi” de Vedia, provincia de Buenos Aires, con su sección “Versos que hablan”. 

          ED — El periódico “Alberdi” en sus 53 años de vida fue todo un lujo basado en la búsqueda de la verdad, en el periodismo en serio, en la responsabilidad y en el esfuerzo de cada día. Sus editoriales tuvieron siempre una firmeza y una nobleza (palabra ciertamente algo pasada de moda, parece), que llamaban a pensar y que emocionaban. Uno no puede más que comparar esa experiencia con la prensa masiva y lamentable de hoy, y se encuentra con dos mundos opuestos o lejanos. El quehacer intensivo de este periódico lo llevó a circular desde la pequeña localidad cerealera de Vedia a todo el país, sobre todo en las grandes urbes, como Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán, aunque también tuvo importante llegada en Río Cuarto y en Junín, entre otras localidades. Durante los años de la llamada Revolución Libertadora circuló clandestinamente y se imprimía en el depósito de una chacra, campo adentro. Para no pocos jóvenes de los años ‘70 fue una especie de maná que nos aportaba información y además la difusión de nuestros poemas hacia todo el país. Sólo a su director Joaquín Alvarez se le pudo ocurrir dedicarle en cada entrega una página a toda poesía, que se titulaba “Versos que hablan”, y donde se podían leer inéditos de Raúl González Tuñón, de Ariel Canzani, de Julio Huasi, y de los poetas desaparecidos Roberto Santoro y Dardo Dorronzoro, así como también de jóvenes poetas como Carlos Penelas, Amaro Nay, Hugo Diz, Clara Franco, y de quien habla, entre otros nombres que se iban renovando cada semana. Joaquín siempre repetía, como buen cronista que era: “A las cosas hay que decirlas; si no para qué sacamos el diario”. Yo recuerdo bien esa fiesta de los 50 años, que tuvo lugar en Vedia en 1974; por cierto, un festejo lleno de poetas, de chacareros, de militantes locales y de cronistas de campo; ahí estaban Susana Esther Soba, Carlos Patiño y José Antonio Cedrón, entre otros poetas y colaboradores. Menos de dos años después, bueno, llegó el terror, con Joaquín y su hijo presos de resultas, y con el periódico cerrado por el Ejército, ya en la primera semana del Proceso. Ese fue para mí un ejemplo tempranero y único; porque no hubo más “diarios Alberdi” en los caminos y en los años…


8 — En Villa Luzuriaga, a donde has regresado, viviste durante tu niñez y tu juventud. Te invito a que te refieras a tu libro “Historias, personajes y leyendas de Villa Luzuriaga”. 

          ED — Las ideas de hacer o armar el libro surgieron después de haber escrito una media docena de notas acerca de la historia de la localidad para el periódico “El Nuevo Día”. Yo llegué a la Villa cuando era un niño de 8 años y recién se estaban loteando las primeras grandes quintas y los primeros viveros. Los antiguos pobladores sabían poner alambradas, conducir un carro o montar un alazán sin problemas. No existía, claro, esta Villa de pubs y de modelos de alta gama. Pero esta Villa, acaso algo ligera por momentos, no cayó de la nada ni salió de un recurso virtual. Hay una historia de trabajo en el medio, con humildes vecinos esforzados en la lucha por el pan, ya desde los remotos tiempos de Juan de Garay y de los primeros cultivos trigueros. Se trata, en fin, de una historia, que yo fui siguiendo paso a paso, desde su Luzuriaga Park, con su viejo ring y sus nocauts repentinos, hasta los esperados asfaltos en cada una de sus calles, en los años ‘60 y ‘70. Y ahí está el libro, lo viste, con un gorrión a punto de volar en la tapa…


          9 — En www.eduardodalter.com se te ve en una fotografía, hace una punta de años, en Lima, con la poeta chilena Raquel Jodorowsky, fallecida en 2011. ¿Tu impresión sobre ella y su poética?

          ED — Es muy propicio recordar en esta entrevista a Raquel, una poeta tan de verdad y tan de todo el continente. No fue una escritora de poemas, no fue una literata ni nada que se le parezca. En un momento, allá por la década del ‘60, solía ser figura en los encuentros internacionales junto a Ginsberg, Cardenal, o al ruso Evgueni Evtushenko. Fue musa inspiradora de los bardos Nadaístas y brújula poética del “sexo sentido”, como expresó el poeta colombiano Jotamario. A menudo ella recordaba que en Chile no la consideraron nunca chilena, y que los peruanos la veían como “una estimada extranjera”. Yo estuve una semana en su casa de la calle Guisse, en Lima, hace como unos veinte años, también recorriendo con ella la ciudad y visitando lugares y cafés. Ahí me mostró la vieja máquina de escribir que había pertenecido a Gonzalo Arango, y que conservaba como una valiosa reliquia, entre cartas, ediciones y discos. Recuerdo que Ginsberg en su correspondencia me enviaba saludos afectuosos para ella, y ella a la vez guardaba con celo su par de fotos con Ginsberg en medio de un paisaje boscoso hacia las afueras de Lima. Tengo media docena de sus libros, “Caramelo de sal”, entre otros, que cada tanto releo, además de sus inéditos en “Carmín”, que por cierto fueron muy celebrados.


          10 — Entre el 3 de mayo y el 20 de junio de 2004 estuviste abocado a concebir los 43 escritos breves que titulaste “El mercado de la muerte” y que dedicaste “A los niños mártires de Irak y al Secretariado de la UNESCO, por una cultura de la vida”. En el mismo año, la revista “Casa de las Américas” los da a conocer y, ya localmente, se socializaron a través de tu sello Ediciones Cuaderno Carmín. 

          ED — Estaba indignado, consternado, con esa invasión y destrucción que llevó adelante el presidente Bush a través de sus “valerosos” marines, bajo el pretexto de salvar a los EE.UU. y al “mundo libre” de las “armas de destrucción masiva” con que contaba el “temido dictador” Sadam Husein, y en lo que fue un asesinato masivo de civiles, incluyendo ancianos y niños, sin piedad alguna, y una pulverización vasta de todo lo que se pudo. Una invasión, que nunca fue una guerra, sino por el contrario un asalto sanguinario movido por la necesidad febril del petróleo. Un mes y medio estuve dedicado casi exclusivamente a la escritura de esos “43 escritos breves”, que publicó y tan bien difundió Casa de las Américas. Hasta varios secretarios de la UNESCO y agregados me hicieron llegar su saludo, además de algunos críticos y poetas del continente. Recuerdo que envié vía e-mail el poemario, o epigramario, y a los dos días escasos ya me estaban avisando desde La Habana de la pronta publicación de la obra. Un puñado de páginas dedicadas a un crimen bestial y ya enunciador de los atajos y pasajes de este siglo XXI, que parece no viene nada racional ni nada contemplativo…


          11 — En 2013, a los pocos días de tu primer viaje a Europa, donde habías ofrecido charlas y lecturas en escuelas y centros culturales de Italia e Inglaterra, me escribiste: “Fue un viaje que me dejó sonando la cabeza. Y traje además muchos poemas para ir traduciendo.” Bueno, ¿por qué te dejó sonando la cabeza? ¿Y en tus siguientes viajes?

          ED — Como instancia básica, pude observar gestos tranquilos y miradas serenas, tanto en los bares, en las universidades como en los trenes. La vida en Roma o en Londres transcurre en la gente, pareciera, sin mayores sobresaltos, a partir seguramente de modos y estructuras sociales que tornan la vida más previsible, y esa experiencia de base es sorprendente, sobre todo para quien vive bajo otros aires o ya aclimatado a los sacudones y a los estremecimientos. A partir de ahí, todo parece ser diferente, inclusive a la hora de aguardar el metro a la hora pico en la estación terminal, o a la hora de compartir un café con amigos o colegas. Por otra parte, en los ámbitos educativos y universitarios existe una aplicación mayor, tanto en docentes como en estudiantes. Ahí nadie está fuera de lugar, sino por el contrario ahondando en nuevos motivos y en conocimientos. En las casas de estudio gobierna una especie de fundamentalismo abierto hacia el estudio, que me parece tan ejemplar como motivador. Por otra parte, en Sicilia, ya no en Londres, los jubilados llevan una vida sin lujos y tranquila, hasta diría jovial, que da sana envidia. Hay un capitalismo, sí, pero más “civilizado”, o más limitado, o no tan barato y bestial, como en la Argentina y en América Latina, donde el tema es la alimentación básica y la pobreza extrema, inclusive en millones de niños. Y la consiguiente contraparte: entre los legisladores y altos funcionarios de gobierno, tanto en Roma como en Londres, o en Sicilia, no hay tantos millonarios como por aquí, o como en Brasil o Colombia, sino más bien gente con un buen vivir a secas o acotado. Es que la delincuencia offshore o de guante blanco ha hecho carne profundamente, y con el mayor descaro, en este continente aquejado y fabelizado para agravio e inseguridad de todos.
        Compartir con poetas sicilianos, y en Londres y en Canterbury con poetas de habla inglesa, fue una experiencia enriquecedora. Pude ahí descubrir una poesía que desde hace más de medio siglo viene teniendo una importante irradiación en los países y territorios de habla inglesa, que es la que se escribe y difunde desde las islas del Caribe, como Jamaica, Barbados, Santa Lucía y Trinidad y Tobago; algo ciertamente de excepción, con un premio Nobel inclusive. Además, los documentos críticos gestados desde esas islas son para tener muy en cuenta, tanto en lo cultural como en lo poético. Pliegos firmes de la poesía del continente, no tan difundidos, y que hacen a su diversidad y vitalidad. Por otra parte, la poesía italiana de las generaciones surgidas en la última posguerra muestra un cuadro intensamente dramático, con voces como talladas en piedra, que uno no puede más que leerla a la sombra de estos tiempos que no se anuncian muy propicios que digamos para la vida y el hombre…
 
12 — Marguerite Durás se preguntó en una ocasión: “¿Se puede ser escritor sin chocar con contradicciones?” ¿Se puede, Eduardo, ser escritor sin chocar con contradicciones?

          ED — Tu pregunta me hizo recordar la visita de Raúl Gustavo Aguirre a Venezuela, hecho que solían memorar algunos poetas de ese país hace algunos años, sobre todo su frase, de notable llegada por esos lares, que dice: “No somos escritores, somos poetas, y no por lo que escribimos sino por lo que llevamos en el corazón”. Puede parecer una frase algo romántica, o un tanto idealista, más en estos tiempos crudos, pero que muchos poetas, sobre todo del área del Caribe, hicieron suya, porque bajo esos soles la poesía se suele vivir de esa manera; la poesía como canto, como irradiación, más que como una instancia escritural; la poesía también como un canto del ser, de los cuerpos, con una fuerte dosis de libido proyectada hacia los aires. Yo también hice mía esa frase, no tanto ahora, ya que en alguna medida me siento también escritor, con numerosos artículos, algunos ensayos e investigaciones, que publiqué estos más recientes lustros. Pero yendo al tema de las contradicciones a partir de una frase de Marguerite Durás, siento que al reloj hay que ponerlo siempre en hora; cada día hay que manipular el dial para ir reconociendo cada sintonía, y cada día hay que armar de acuerdo con uno mismo el rompecabezas de la vida de cada día; tarea que es el hígado mismo del quehacer de cada jornada, donde hay que ir laborando en esa suerte de alquimia mundana para enfrentarse a los fríos, a los humos o a los vientos; además, en medio de ese paisaje hogareño o no, qué hacer con el sol, qué hacer con los pies, y qué hacer con los caminos y con el horizonte, que aún no alcanzan a divisarse. Marguerite también hablaba de chocar, y ahí, bueno, ante el anuncio de esa inminencia, cada uno sabrá bien lo que hace… Pero sobre todo, y tratando de tomar la pregunta por las astas: ¿se puede ser un hombre sin chocar con las contradicciones?

          13 — ¿Ofrecer el pecho a las balas, quedar en buenos términos, imponer un sello o allanar el camino? 

          ED — Cada una de las cuatro posibilidades pueden ser fundamentales; depende del tiempo y de la hora, y depende también de lo que uno desee y no desee en cada caso y de la esquina en que uno esté parado. En el ajedrez diario y en los amores, por otra parte, puede arribarse con facilidad a ese punto, donde hay que decidir, si es que ya no estaba decidido. Siempre, claro, en lo posible y hasta en lo imposible, no abusar del prójimo...


          14 — ¿Como cuánto te interesa el arte que tiende a la provocación? ¿Quiénes, con esta propensión, más te atraen o resultan particularmente significativos?

          ED — En los esbozos previos nunca vi el arte, la poesía, como una provocación, aunque después terminen provocando o no; siento el arte, la poesía, como una instancia humana indeclinable; piénsese que en todas las culturas el hombre buscó y encontró los caminos al agua, los caminos al fuego y los caminos al conocimiento y la poesía. En mí se da, de base, como una búsqueda de equilibrio y de corporizar algo que falta; y bien, si en esa búsqueda algo se provoca, y de hecho se provoca, es todo un resultado más que un deseo. Por lo demás, en ese intento de equilibrio, o ya de diálogo mayor, y en este mundo tan deshumanizado y tan mercantilizado, o que se dirige hacia su propio abismo, es diría natural que la poesía y el arte se abran paso; es el hombre que se abre paso; es la vida misma que necesita manifestarse en su búsqueda de ser y de seguir siendo. Y esa búsqueda de equilibrio, esa necesaria manifestación de humanidad, las advertí en todos los grandes poetas de estos tiempos, desde Ginsberg hasta Alejandra Pizarnik, o desde Ernesto Cardenal hasta Oliverio Girondo…


          15 — Durante los años de tu formación, ¿qué tipo de cuento te atraía más? ¿El norteamericano, el francés, el ruso… o de autores latinoamericanos? ¿Y en la actualidad?

          ED — Durante los años de mi formación, que se prolonga hasta estos días, creo, y quizá hasta con parecido entusiasmo, debo decirte que a la hora de leer un cuento siempre tuve a mano un poema (Ungaretti, Eliot, Vallejo…) o un ensayo que se apropiaban de ese lugar y de mi tiempo; y también siempre tuve a mano alguna pintura de Modigliani o de Cézanne o de Monet en las cuales iba volcando mi creatividad pasiva. No obstante, al cabo de los años terminé leyendo muchos cuentos, algunos que hicieron mis delicias y se ganaron mi recuerdo, como por ejemplo no pocos de Alejo Carpentier de “Guerra del tiempo” y de otros libros maravillosos, o de “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”, de Gabriel García Márquez, que leí hacia comienzos de la década del ‘70 y releí varias veces. Al respecto, también me sentí y siento muy atraído por la música, preferentemente el jazz, desde Duke Ellington hasta Miles Davis y John Coltrane, quizá escuchados y disfrutados desde mi vieja esquina de tango, donde brillan los temas interpretados por Pichuco y por Carlos Di Sarli, como “Bahía Blanca” o “El amanecer”, entre otros, o los entonados por la voz profunda de Francisco Fiorentino. Y el ensayo, el ensayo, siempre entre poemas y poemas, que me fue brindando también pinturas decisivas de estos tiempos, ya en Frantz Fanon, o en Michel Foucault, y en Noam Chomsky y sus tomos “Los guardianes de la libertad” y “Hegemonía o supervivencia: La gran estrategia imperialista de Estados Unidos”, por citar unos pocos. Para concluir mi respuesta, o bien para dejarla abierta, te dejo la mención de mis recuerdos de las “Aguafuertes porteñas” de Roberto Arlt, un verdadero cross adonde quiera que uno vaya…


          16 — Colombia. 2015. ¿Cerramos esta conversación con vos trasmitiéndonos tus impresiones tras participar en el 25º Festival Internacional de Poesía de Medellín?

          ED — Los festivales de Medellín son una institución, no sólo en Colombia sino también en todo el continente, sin obviar su fama irradiada fuertemente en Europa, Asia, África, Oceanía, y cuyos poetas destacados son invitados cada año en buen número. El sólo pensar en los numerosos actos que lo componen, habla de una presencia y de una calidad organizativa de excepción. Además, el hecho de que sus actos de apertura y de clausura se brindan en el marco de una audiencia que supera generalmente las 5.000 personas. Todo Medellín se moviliza para disfrutar de la poesía y de los poetas del mundo, inclusive desde las barriadas alejadas de la urbe. Yo sentí los festivales como un voto de humanidad y de reafirmación de la belleza de la población colombiana ante las constantes represivas, ante la ferocidad del narcotráfico y ante un patrón social muy crudo, como es el que gesta una producción de opresión y latifundio. La versión 25º del Festival fue excepcional, inclusive resaltada por la prensa, por la cantidad de público y por la calidad de los poetas de los cinco continentes que dieron vida a cada encuentro. A propósito de sus jornadas, escribí un artículo que publicaron algunos diarios, y que también está en la página web del Festival, titulado “Un Festival para un nuevo horizonte”, que se puede visitar.

Eduardo Dalter y Raquel Jodorowsky


Eduardo Dalter selecciona poemas de “Hojas de ruta” y “18 Poemas” para acompañar esta entrevista:


DESTELLOS EN LA NOCHE


De esta arboleda
tomá tu color
o tu desdicha; y tomá
tu mar, tu vaso...
Todo suena, pareciera,
a nueces secas. Pero
también suena un río
       grandioso
que aún no escuchas.


*

DESPUÉS DE TODO
  

Después de las
      tormentas
y de todos los
      granizos,
inclusive después
      de creer
que poco o nada
      es posible,
ninguna hora,
      ningún río,
después de los
      entierros o
      destierros,
o cuando parece
      que el aire
se aquieta o se
      cancela,
ahí se abre la flor,
      y dice,
como si fuera
      el primer día.  


*

LOS ÁRBOLES


Los árboles
son extraños;
 
saben algo
que repiten;
 
las semillas
los piensan,
 
los desean
y los hacen,
 
profundas e
incesantes,
 
contra la sed,
contra la noche.


*


Dejá que entre la luz,
dejala que entre,

que se acomode,
que abra su valija;

no vayás a echarla;
dale de comer;

dejá que ande por la casa.



*
            

Hay un camino
aún no atascado,

aún ni pensado,
que comienza

en la punta justo
de tus pies; hay

un camino; hay,
hay un camino.


*


Como a cada beso lo borra
el viento que sopla y sopla,

ella pocea y pocea la arena,
pareciera, con más fuerza;

es el viento húmedo, poceado,
que escribe, escribe, escribe.


*


Los caminos se abren
       o se cierran
según sean tus cauces.
Silban vientos altos
o silban víboras.
       Se arroja
la marea, o apenas
       se anilla
en dibujo leve
       el charco.
Tú trazas tu mapa
       y lo respiras.


*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Villa Luzuriaga y Buenos Aires, Eduardo Dalter y Rolando Revagliatti, 5 de diciembre de 2017.


*
Palacio Valdés [Armando Palacio Valdés]
Scalabrini Ortiz [Raúl Scalabrini Ortiz]
Dorrego [Manuel Dorrego]
Juárez Celman [Miguel Juárez Celman]
Jotamario [Jotamario Arbeláez]
Pichuco [Aníbal Troilo]


Cinco poemas de Nuno Júdice

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